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noviembre 29, 2017

Relatos de la explotación sexual, el delito que se roba la infancia


Cuatro impactantes microrrelatos revelan cómo operan los captores en Bogotá.

Las redes de explotación sexual se mueven a puerta cerrada, en bares, prostíbulos, por redes sociales y, lo peor, en el interior de las familias. En Bogotá los niños son un blanco fácil para sus captores, sobre todo, si han sufrido de maltratos en el seno de su hogar.

Según cifras del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), solo en el año 2016 ingresaron 308 casos de explotación sexual, de los cuales 59 se registraron en la regional Bogotá, cifras mínimas, porque es un delito que no se denuncia.

De acuerdo con el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron), que maneja el Programa de Prevención y Atención de la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA), ya hay varias localidades priorizadas por la incidencia de casos, muchos de los cuales no salen a la luz pública.

“La sociedad tiene una posición hipócrita, escondemos a la víctima. Es como un autismo social, si el problema me lo ponen detrás del muro, ya no existe. El abuso de los menores es intramural, en casas, en prostíbulos, en sitios cerrados. Este es un delito que hay que denunciar y repudiar”, dijo Wilfredo Grajales Rosas, director del Idipron.

En la localidad de Chapinero, por ejemplo, barrios como Pardo Rubio, San Martín, Paraíso, Bosque Calderón y Juan XXIII están en la mira. Allí hay fuertes contrastes socioeconómicos: población joven, universidades y comercio dedicado a la rumba. Además, por tener una vocación turística se incrementa el riesgo de distribución y uso de sustancias psicoactivas (SPA) y, de la mano, la prostitución y la explotación sexual.

En Usaquén, el foco está puesto sobre algunos barrios ilegales con fuertes contrastes socioeconómicos, como Serrezuela y Mirador. Según los investigadores sociales, allí las prácticas de explotación se camuflan en hoteles y locales.

En Mártires, entre tanto, en barrios como Samper Mendoza, La Favorita y Santa Fe, zonas históricamente dedicadas al comercio sexual con fronteras de género, victimizan a niños y jóvenes, haciéndolos presa fácil de la población flotante que se mueve por este sector.

Otro tipo de comercios ya están en estudio. En la localidad de Rafael Uribe Uribe se han detectado barrios en donde se ofrecen contenidos eróticos y pornográficos en los que se permite actividad sexual a través de videos y saunas, como es el caso de algunos establecimientos ubicados en barrios como San José Obrero y Olaya, es decir, la Primera de Mayo, entre calle 13 y 15 Sur.

Idipron no solo atiende a las víctimas, sino que se ha dado a la tarea de buscar a niños y jóvenes en riesgo que luego atiende en tres de sus casas, dos internados y un externado. En el 2016 fueron atendidos 349 y este año van 74 que buscan que los menores sepan cómo defenderse y a quién acudir.

Estos son los dramáticos microrrelatos de cuatro menores de edad, cuya infancia fue robada o estuvo en riesgo de ser vulnerada por redes de explotación sexual que operan en Bogotá. Muchas víctimas de trata lo fueron también de violencia sexual en sus hogares, al igual que sus padres, es una cadena difícil de romper. Todos los nombres fueron cambiados para proteger su identidad.

 ‘Cinco muchachos me rodearon en la estación Greco de TransMilenio’

Daniela tiene 14 años y los peores recuerdos de su infancia. Hace ocho años sus padres se separaron. Ella y su hermano eran golpeados porque para su familia el rejo era la única forma que decían conocer para educarlos. Entonces, la niña vivía a ratos con su padre y a ratos con su madre. Sus vidas trascurrieron entre los barrios Guacamayas y San Martín de la localidad de San Cristóbal Sur.

Víctimas de abuso sexual

Daniel fue citada en una estación de Transmilenio donde era esperada por sus captores.

Foto:

Héctor Fabio Zamora / El Tiempo

“Un día, cuando yo tenía 7 años, fui abusada por mi primo, él llegaba de estudiar a las 3 o 4 de la tarde y pues aprovechaba que mi abuelita nos dejaba solos; por eso, otra vez me fui adonde mi papá”.

Pero allá las cosas no mejoraron, a los 9 años, la niña fue víctima de alguien más: su hermanastro la ultrajó durante cuatro años seguidos. “El único que sabía era mi hermanito, él trataba de protegerme, pero no podía hacer nada, sufría mucho por mí, porque yo era como su mamá, desde chiquita lo crie y le dolía ver que hicieran esas cosas conmigo”.

Los escasos 14 años de Daniela giraron entre abusos, gritos y visitas a defensores cuando su padre era demandado por maltrato. “Él y mi madrastra nos pegaban mucho, esa señora inventaba muchas cosas, y yo, para que no le pegaran a mi hermano, me metía a defenderlo. Recuerdo que ella me tiraba las ollas a la cara”. Por eso, a los 10 años, la madre de la niña obtuvo otra vez su custodia. Hasta los 13 años estuvo algo alejada de sus abusadores, pero su infancia ya había sido destruida, era presa fácil de la delincuencia.

“Un día, cuando le hacía el favor a mi mamá de pedir una cita odontológica en el barrio 20 de Julio, yo conocí a un muchacho, él solo me dijo que tenía entre 20 y 26 años, nunca me quiso decir su edad”.

Engañar a Daniela no fue difícil, un aparente buen trato y palabras bonitas la hicieron sentir querida. “Nos empezamos a contactar por celular y cuando logré activar el chat el ‘chino’ comenzó a pedirme fotos desnuda, él me atraía, yo pensé que eso era normal”. En seis meses solo salieron dos veces, pero solían contactarse con frecuencia hasta que en diciembre del año 2016, Daniela, en un hoyo de melancolía en los que solía sumirse, lo llamó. “Yo presentí que los abusos iban a ocurrir otra vez. Estaba triste, mis padres siempre han estado alejados de mí, entonces el 8 de diciembre lo busqué”.

Nos empezamos a contactar por celular y cuando logré activar el chat el ‘chino’ comenzó a pedirme fotos desnuda, él me atraía, yo pensé que eso era normal

Las promesas de estudio, trabajo y casa convencieron a la niña de huir cuatro días después. “Me dijo que me iba a dar el cielo y la tierra si nos íbamos a vivir a Granada (Meta). Yo le creí, dijo que pagaba el pasaje y todo”.

Así fue que la niña llegó a la estación El Greco a la medianoche. Sola, con frío, tuvo que esperar mucho tiempo antes de que alguien arribara. “De un momento a otro llegaron cinco muchachos, uno se me sentó al lado izquierdo, otro al lado derecho, y los otros estaban como en las esquinas, quedé pálida, asustada, hasta que vi a mi mamá y cuando ella me gritó, los ‘chinos’ se esfumaron”. 

Su madre reaccionó rápido, ella había leído unos mensajes que el captor le había mandado a su hija e incluso pudo contactarlo: “Ella no va a regresar viva”, fue lo único que le dijo y eso fue suficiente para que comenzara a buscarla por varias estaciones. Daniela estuvo a un paso de ser captada por una red de trata de personas que opera en los municipios cercanos a Villavicencio.

El episodio sirvió para que se iniciara una investigación y para que la niña se sincerara con sus padres a quienes les contó los abusos a los que había sido sometida en su infancia. “Cuando les dije ellos, se pusieron a llorar, también habían pasado por lo mismo cuando eran niños. Luego de eso me llevaron al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, allá quedé como internada, lloré 20 días seguidos y luego nos fuimos a poner las denuncias. Me sentí muy mal, yo pensé que eso de la trata solo pasaba en otros países, pero ahora estoy en el Idipron y estoy feliz”.

Daniela acaba de entrar a Séptimo grado, intenta recuperar los vínculos perdidos con sus padres. “A pesar de todo, yo no soy una niña mala, nunca he tomado ni me he drogado, yo solo quiero estudiar”.

‘Mis amigos se venden en los bares de la Primero de Mayo’

Camilo, de 15 años, siempre ha vivido en el barrio Santa Fe, a escasas cuadras de la zona de tolerancia más peligrosa de Bogotá, vive con su madre, su tía, su abuela, su hermana menor y es gay. “Desde chiquito he visto trabajadoras sexuales, desnudas, me toca pasar por allá cuando voy a coger el bus”.

Recuerda el olor a alcohol, a cigarrillos, a orines y heces, a todo la inmundicia que tapiza el piso de esas calles por las cuales ha caminado toda su vida. “Pero no todo es malo, allá la gente lucha, solo que cada quien marca su destino”. Él nunca ha sido explotado sexualmente, pero sí que sabe cómo se mueve el negocio entre sus amigos, por eso, es protegido para que no caiga en la red.

La primera vez que sospechó que algo extraño les pasaba a sus amigos fue porque ellos le hablaron de unos juegos extraños. “Sus papás o tíos relacionaban el sexo con juegos, eso siempre me generó dudas, es decir, yo sentía que había algo malo allí, pero no entendía”.

Víctimas de violencia sexual

En diferentes bares de la avenida Primera de Mayo es normal que dejen ingresar menores de edad-

Foto:

Héctor Fabio Zamora / El Tiempo

Más grandes, los amigos de su edad, algunos con cuerpos más desarrollados, comenzaron a frecuentar bares en la avenida Primera de Mayo. “Allá dejan entrar fácil a los menores de edad, solían encontrarse con personas, que antes habían conocido a través de Facebook”.

Al poco tiempo, esos mismos niños, que vivían en condiciones más precarias que Camilo, comenzaron a aparecer con equipos celulares de alta gama. “Me sorprendió que trajeran equipos Huawei P9 que son carísimos y no es por nada, pero yo tengo más modos que ellos y esos celulares son imposibles de comprar, también cambiaron de vestuario, se compraron ropa chévere y zapatos caros”.

Camilo sabía lo que estaban haciendo, los niños se estaban prostituyendo, atrapados por hombres que, a cambio de explotarlos, les dan plata, regalos o dinero para consumir drogas y alcohol. “Ellos me han invitado allá, a la Primera de Mayo, me dicen que puedo conocer gente chévere, pero ¿sabe a qué le tengo pánico?, a las enfermedades”. Eso lo ha detenido, porque ha sentido curiosidad.

Le da tristeza que sus amigos se entreguen a un extraño para coger las vueltas de un mandado. A eso quedan reducidas todas sus expectativas. Camilo, en cambio, es un joven inteligente, que ha contado con los consejos familiares. “Siempre que sentía curiosidad yo pensaba en ellas, a las mamás les duele que uno sea homosexual es por los peligros que uno corre. Por eso yo soy serio, a mí no me gusta andar dejando el plumero, qué ‘jartera’, imagínese uno así en una entrevista de trabajo, por eso es que a nosotros no nos respetan”.

A las mamás les duele que uno sea homosexual es por los peligros que uno corre. Por eso yo soy serio, a mí no me gusta andar dejando el plumero

Ese trato amable y sincero con su familia lo ha protegido de caer en redes de trata de personas en Bogotá. “Un día estos muchachos quisieron quedarse en mi casa, pero yo no lo permití solo de pensar en que mi mamá ya no confiara en mí, era muy triste”.

‘La ‘china’ me convenció de irme al Santa Fe’

Con solo 13 años, Carla se mueve sola por Bogotá. Por eso fue normal que su mamá, que se gana la vida vendiendo bolsas en la calle, la dejara ir a comprarse algo de ropa sin la compañía de nadie. Es una niña que habla rápido, que entiende todo como un juego y cuya vida ha trascurrido en el barrio Potosí, de Ciudad Bolívar.

Ese día, viernes, 10 de febrero de 2017, se subió a un TransMilenio en la estación Profamilia. En el trayecto fue abordada por una mujer de aspecto juvenil, la misma que evitó que la niña contestara las llamadas de su madre. “Me dijo: ‘Apague el celular’, y yo terminé haciéndole caso”.

Carla se llenó de emoción cuando la extraña le dijo que la iba a llevar a bailar, pero que primero la acompañara a un lugar. “La ‘china’ me dijo que iba a ir conmigo a comprar ropa, pero me llevó dizque a la 22 y yo no sabía que había putas ahí”.

La joven cuenta que de ahí en adelante, no sabe por qué, la mujer le comenzó a dar instrucciones de lo que tenía que hacer. “Me dijo que me sentara y que si algún hombre me preguntaba cuánto cobraba yo dijera que 40.000, que luego entrara a la pieza y les robara la plata”.

Como autómata, la niña siguió sus instrucciones. “Un señor me preguntó eso, que cuánto cobraba, yo le dije que 100.000 y me dijo que ni que fuera tan bonita. La ‘china’ me miraba y cada cinco minutos me decía que si ya me había cuadrado y me prometía que por la noche nos íbamos a bailar”.

Un señor me preguntó eso, que cuánto cobraba, yo le dije que 100.000 y me dijo que ni que fuera tan bonita

Así llegó la noche, sintiendo la mirada morbosa de los transeúntes. Otro sujeto le comenzó a hacer preguntas: ¿Usted conoce la ‘L’ del Bronx? ¿Cuántos años tiene?Tanta preguntadera alertó a la mujer que la había captado. “Ese ‘man’ es un civil, un ‘tombo’ vestido de civil”. En ese momento comenzó el operativo.

Carla no supo qué hacer mas que correr en medio de las sirenas y los policías comenzaron a meterse por doquier. “Eso empezaron a coger a las ‘chinas’. Me intenté escapar, me les cruzaba a los carros, frenaban, hasta que una mujer policía me capturó en la esquina de la calle 26. También a la vieja que me engañó, pero a ella la soltaron porque mostró la cédula”.

Era una niña en la zona de tolerancia más peligrosa de Bogotá a punto de ser captada por una red de trata de personas. “Luego me dejaron llamar a mi mamá, yo no sabía qué decirle, ella se gastó mucha plata en taxis yendo por mí y al final, no me dejaron salir, estoy internada”.

Carla ya tuvo su primera relación sexual, dice que fue tarde, “porque ahora las ‘chinas’ comienzan muy ‘chinas’, digo de 8 o 9”, también confesó que un día se dejó tentar e inhaló pegante, solo hay una voz que no la ha dejado cometer más errores, la de su madre: “Usted tiene cuerpo de mujer, pero la mentalidad de una niña, no se pierda mientras yo me gano lo de su comida”.

Explotación sexual niñas

Historias como la de Lorena son recurrentes en muchas regiones de Colombia.

Foto:

Héctor Fabio Zamora / El Tiempo

‘Mi mamá me vendió desde los 3 años’

Doce años, nadie que la vea creería que tiene doce años. Eso, solo hasta que comienza a hablar. “Me llamo Lorena, soy de Neiva, me han pasado muchas cosas, muchas cosas”, dice como a quien le cuesta comenzar a vomitar toda su tristeza.

Su primer recuerdo no es el de su madre abrazándola, sino el de una mujer que llegaba borracha a golpearla a ella y a sus hermanos. Los registros dicen que fue explotada sexualmente desde los 3 años. Su infancia fue robada. “¿Yo qué hago acá?”, fue su pensamiento siempre.

Con solo 7 años la niña ya había intentado muchas veces evadírsele a su madre. “Me dejé llevar a una olla en Neiva, allá aprendí a meter de todas las drogas: cigarrillo, marihuana, perico. Yo decía: ‘No tengo vida’, entonces, a fumar”. El primer día que inhaló basuco una hemorragia nasal la dejó bañada en sangre.

Me dejé llevar a una olla en Neiva, allá aprendí a meter de todas las drogas: cigarrillo, marihuana, perico

Muchas veces le gritó a su madre que por qué hacía lo que hacía, pero era una mujer llevada por el alcohol que ponía a sus parejas por encima del bienestar de sus hijos.

“Le dije que la odiaba, que ella se iba a poner vieja, y que yo iba a estar contenta cuando ella pagara por ser tan mala”. Esa fue la última vez que vio a la mujer que le dio la vida.

Lorena cogió tres mudas de ropa y se internó en la ‘olla’ durante días enteros. Allá aprendió a robar y en su ratos de lucidez solo podía atinar a decir: “¿Yo qué hago acá?”.

Cada maltrato la hundía más en ese mundo oscuro de las calles. “El peor día fue cuando me puse a robar con una niña y un ‘man’ que tenía un cuchillo, fue lo peor porque el tipo mató a un señor. El consumo los volvía locos, yo dije: ‘Dios no me va a perdonar’ ”. Ella no tenía más de 10 años cuando eso pasó, pensó que se estaba volviendo loca.

Ese último episodio la hizo huir. “Me escapé con un exnovio para Bogotá. Él estaba enamorado de mí, pero yo solo lo quería como un amigo”. Los dos llegaron a la zona de Corabastos, solían robar canastillas de comida para venderlas por 10.000 pesos.

El mismo amigo fue quien la llevó a conocer la ‘L’ del Bronx. “Él me dijo que todo allá era muy bonito. Yo soy loca, le copié, recuerdo muchos edificios feos, con muebles que olían asquerosos, pero decía: ‘Me da igual, esa es mi vida’ ”. Otra vez volvía a su mente la vieja frase: “¿Yo qué hago acá?”.

En esas calles atestadas de basura intentaron abusar de ella, pero ya era una niña resabiada que sabía cómo defenderse. “En la mañana robaba y por la noche siempre estaba con mi pipa fumando”. En sus ratos de somnolencia pensaba en su hermano, en la promesa que le había hecho de irse a viajar, pero él murió el 31 de diciembre de 2016.

Lorena pasaba de la ‘L’ al San Bernardo, hasta que uno de los policías que la vieron deambular o robar, de cuyas manos se les escapó una y otra vez, la llevó ante un defensor.

Así terminó en una casa del Idipron en Normandía. “¿Por qué estoy acá?”, fue lo primero que dijo cuando puso sus pies en el hogar. Los primeros días no quiso comer, no quiso hablar, escupía a sus profesores, tiraba las sillas al piso e incluso se cortaba su piel con lo primero que se le cruzara en el camino. No hallaba cómo sacar el odio reprimido de una madre que le hizo lo que le hizo. “Denme puerta, denme puerta”, era lo único que gritaba para que la dejaran salir.

Solo una de tantas profesoras logró, por primera vez, llamar su atención, con cosas tan sencillas como sacarla de la casa y comprarle un helado. “No sé por qué ella me dijo cosas que me hicieron reaccionar, me desahogué”. Así comenzó su proceso de recuperación: ya comenzó a estudiar, algo que nunca había hecho en su vida; hizo la primera comunión y sigue siendo atendida por un psicólogo. Aun la persigue el demonio de la ansiedad, pero ahora tiene hombros en los cuales recostarse. Su madre está en la cárcel, y ella, Lorena, ahora entiende por qué está donde está.

CAROL MALAVER
Subeditora EL TIEMPO
@CarolMalaver

FUENTE: EL TIEMPO


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