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noviembre 9, 2017

La mujer nuclear: 150 años del nacimiento de Marie Curie


El 7 de noviembre de 1867 nació esta asombrosa mujer, la única persona que hasta la fecha ha ganado el Nobel de dos disciplinas científicas.

A finales de octubre de 1911, los físicos más prominentes de su tiempo se reunieron en Bruselas por invitación del empresario belga Ernest Solvay. Entre ellos se encontraban Albert Einstein, el padre de la teoría de la relatividad, Max Planck, padre de la física cuántica, y Ernest Rutherford, padre de la física nuclear. Entre los 24 invitados había solamente una mujer, Marie Skłodowska Curie, la única persona que hasta la fecha ha ganado el premio Nobel de dos disciplinas científicas distintas y quien por sus propios méritos se convirtió en una de las figuras más grandes de la ciencia en el siglo XX.

En las historias de superhéroes, los protagonistas se exponen a una sustancia desconocida que les concede poderes sobrehumanos. Y en efecto la vida de Marie Curie cambió el día en que descubrió un elemento desconocido en el amasijo mineral de color pardo que se extrae de los Montes Metálicos de Sajonia. Pero sus extraordinarias habilidades provenían de mucho tiempo atrás, de la época en que su pais natal, Polonia, se encontraba ocupado por Rusia y su lengua y su cultura estaban proscritas. Sin posibilidades de entrar a la universidad, por ser mujer, Maria Skłodowska y su hermana Bronisława se involucraron en la llamada “universidad flotante”, una organización clandestina que buscaba educar a los jóvenes polacos por fuera de la censura de las autoridades rusas.

Maria hizo un pacto con su hermana, ella trabajaría en Polonia para apoyar sus estudios de medicina en Francia y a cambio Bronisława le ayudaría después a reunirse con ella en París. El pacto fue cumplido. Tras dos años trabajando como institutriz, María dejó Polonia y comenzó sus estudios de fisica, quimica y matematicas en la Universidad de París.Vivía apenas a unas cuadras en un diminuto ático, subsistiendo con una espartana dieta de pan y té, sufriendo desmayos por hambre y apenas sobreviviendo los fríos y húmedos inviernos parisinos. Pero se graduó en física ocupando el primer puesto en su promoción y comenzó a trabajar en el laboratorio industrial del profesor Gabriel Lippmann.

A finales de siglo XIX, la física era considerada una carrera obsoleta. Se pensaba que las leyes de la mecánica, el electromagnetismo y la termodinámica podían explicar todos los fenómenos naturales. Nadie podía ver la revolución que apenas estaba despuntado y nadie imaginaba que Maria sería uno de sus protagonistas. En el laboratorio de Lippmann, Maria estudiaba las propiedades magnéticas del acero, uno de los ejes de la economía de Francia, y por mediación de un colega polaco conoció a uno de los expertos en la materia, Pierre Curie. Luego de intentar sin éxito encontrar un trabajo en su pais natal, Pierre la convenció no solamente de regresar a Francia para casarse con él, sino también de publicar sus investigaciones y buscar un doctorado en Química. Para entonces el número de mujeres con un doctorado en ciencias podía contarse con las manos.

Apenas unos meses después del matrimonio de Pierre y Maria, que desde entonces se llamaría Marie Curie, en un pequeño laboratorio en Würzburg en Alemania, Wilhelm Röntgen descubrió unos rayos invisibles que penetraban la materia, los rayos X. Un año más tarde, el francés Henri Becquerel encontró que las sales de Uranio (descubierto por Martin Klaproth en 1789) producían rayos penetrantes similares a los rayos X, otro fenómeno que era inexplicable con las teorías de la física conocidas hasta ese momento. La noticia de estos descubrimientos cautivó la mente de Marie y luego de publicar su primer artículo científico sobre la producción de magnetos, apenas dos semanas después del nacimiento de su hija Irene, se encaminó tras los pasos de Becquerel. Usando el electrómetro, un instrumento inventado por Pierre 15 años antes para medir la carga eléctrica, la pareja se dispuso a medir la intensidad de los rayos emitidos por todos los materiales que encontraron y descubrieron que el mineral conocido como pechblenda los emitía con mayor intensidad que cualquier elemento conocido.

Durante los siguientes cuatro años, Marie y Pierre se dedicaron a la ardua tarea de aislar el elemento activo en la pechblenda. En la puerta de humilde cobertizo en el centro de París se enfilaban los coches cargados con el mineral. Allí las piedras eran pulverizadas a mano con un mortero y luego reducidas con ácido, una tarea tediosa y agotadora que Marie desempeñaba sin desfallecer, aunque de los sacos de rocas apenas lograba extraer menos de un gramo del material activo. Sin embargo, mientras más purificaba el material, más se revelaba un brillo aguamarina que terminó por iluminar tenuemente el laboratorio. Era la primera vez que se aislaba el radio, llamado así por la palabra del latín que significa rayo, un elemento nuevo que  llenaba un lugar vacante en la tabla periódica.

Por su trabajo de investigación de la radiactividad, Pierre y Marie Curie compartieron el premio Nobel de Física de 1903 con Henri Becquerel, aunque en principio el reconocimiento no estaba a extendido a Marie, quien solamente fue incluida en el galardón gracias a la insistencia de Pierre ante la Academia Sueca. El descubrimiento del radio dio inicio a una fiebre de aplicaciones de las que los Curie no participaron, pues renunciaron a la patente del nuevo elemento dejando sus beneficios libres para toda la humanidad. El dinero del premio Nobel fue empleado en contratar un primer asistente de laboratorio.

En este momento estelar, la salud de Pierre y Marie comenzaba a mostrar los efectos de la exposición a los efectos del radio. La fatiga y el decaimiento físico se iban convirtiendo en síntomas rutinarios. El 19 de Abril de 1906, durante un tarde lluviosa, Pierre fue arrollado por un coche y falleció, dejando a Marie sin una posición académica permanente y al cuidado de sus dos pequeñas hijas. Eventualmente, Marie ocupó la posición que se había creado para Pierre y se convirtió en la primera mujer en convertirse en profesora de la Universidad de París. Difícilmente ese era el límite de su ambición.

Los años que siguieron vieron a Marie Curie recibir el premio Nobel de Química y luego ir tras el volante de la unidades móviles de radiología donde se trataba a los heridos en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. Sus esfuerzos eventualmente consolidaron una rama entera de la física moderna y sus aplicaciones médicas comenzaron a mejorar los tratamientos contra el cáncer. Pero el incansable trabajo de Marie Curie no era solamente una batalla contra el deterioro físico causado por la radiación, también era una lucha por encontrar un espacio para la mujer en un entorno completamente dominado por hombres, una lucha contra la xenofobia y contra los prejuicios sociales que la estigmatizaron por sus relaciones sentimentales después de la muerte de Pierre.

Pese a las dificultades, Marie Curie se convirtió en un icono internacional. Dirigió el instituto que produjo cuatro premios Nobel más, incluyendo los de su hija Irene Joliot-Curie y su yerno Frédéric Joliot-Curie. Difundió la lucha por la autodeterminación de su nación natal y la homenajeo al nombrar polonio a otro de los elementos que descubrió. Recibió innumerables internacionales entre los que se encuentran el gramo de radio que le obsequió el presidente de los Estados Unidos Warren G. Harding en 1921, valorado en 100 mil dólares de la época (1.2 millones de dólares actualmente) y que Curie no dudo en dividir y usar en múltiples aplicaciones médicas. Pero el descubrimiento que usaba para curar tambien iba acabando también con sus fuerzas.

En el verano de 1934, en un sanatorio de las montañas de Saboya, Marie Curie fallecía víctima de una anemia aplásica. El espaldar de su silla y el pomo de la puerta de su laboratorio aunque tienen niveles elevados de radiación. Sus notas se preservan en aislamiento por el riesgo de contaminación radiactiva.

Marie Curie cambió el mundo tanto como todos los grandes hombres de la física de su época y lo hizo contra todas las desventajas, con una humildad y una determinación que difícilmente se ven conjugadas en una misma persona. Hoy, 150 años despues de su nacimiento, resuenan su caracter excepcional y sus palabras:  “no hay que temer a nada en la vida, solo hay que comprender”.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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