noviembre 7, 2017
En nuestro nombre
¿Qué significa un país contado en masculino? ¿Qué discursos convencionales se siguen repitiendo?
“El 15 de noviembre, un gran evento reunirá en la Bibliothèque de l’Arsenal de París a doce (sic) autores colombianos: William Ospina, Juan Cárdenas, Sinar Alvarado, Pablo Montoya, Octavio Escobar Giraldo, Luis Noriega, Jorge Franco, José Zuleta Ortiz, Juan Álvarez y Jorge Aristizábal Gáfaro”, dice un boletín del Ministerio de Cultura. Una vez más, como sucedió en ‘Las Bellas Extranjeras’ (París, 2010) y como entonces escribí en esta columna, no se oirá una voz femenina en este “Gran-Evento”, según lo llama el boletín. Sin embargo, a ningún funcionario pareció hacerle ruido la repetición, siete años después, de esa foto fija, como si el mundo no avanzara.
Le propongo un ejercicio: una delegación literaria de otro país se presenta en una biblioteca pública de Colombia para dar a conocer su lengua y su literatura. Al ver que los diez autores invitados son hombres, ¿usted qué piensa? ¿Que en ese país se publican pocos libros de mujeres? ¿Que a las mujeres no las dejaron ir, que se les presentó un problema, que no las invitaron? ¿Que las autoras de ese país no tienen el nivel de sus colegas masculinos? ¿Que, como ocurre en otros campos, en ese país hay brechas educativas y culturales relacionadas con el género? ¿Que ese país no tiene aún una política de Estado para hacerles contrapeso a situaciones de machismo? ¿Que los estudios de género son todavía infrecuentes en los ámbitos académicos y literarios?
Al ver que los diez autores invitados son hombres, ¿usted qué piensa? ¿Que en ese país se publican pocos libros de mujeres? ¿Que a las mujeres no las dejaron ir, que no las invitaron?
- Lo insólito, lo que no encaja en esta foto fija, es que en Colombia las mujeres estamos escribiendo, que tomamos muy en serio el oficio, como lo prueban las escritoras de distintas generaciones publicadas por diversos sellos editoriales y en diversos géneros. Que tenemos lectores y editores, dentro y fuera del país, que ganamos reconocimientos y que vivimos de este trabajo. Y que, precisamente, por tratarse de un trabajo –no de un pasatiempo– tenemos las mismas aspiraciones legítimas a participar en los procesos de selección y el derecho a conocer los criterios que se han determinado para integrar las muestras financiadas con dineros públicos.
Estamos hablando del derecho (ojo: no es un favorcito) a que nuestras obras sean leídas, conocidas y consideradas en igualdad de condiciones por los comités curatoriales encargados de seleccionar las obras que se llevarán a las muestras, a las ferias del libro y a los encuentros culturales. En ese sentido, cabe preguntar quiénes integraron esos comités y preguntar también si hubo mujeres o, por lo menos, si se tuvo en cuenta el enfoque de género. Y si además de Piedad Bonnett, Laura Restrepo o Margarita García Robayo fueron invitadas otras mujeres a los “grandes eventos”, según los denomina el mismo boletín del Mincultura. Y, lo más importante, si se tuvo en cuenta el artículo 13 de la Ley 581 de 2000, o Ley de Cuotas, sobre la representación en el exterior que obliga al Gobierno “a incluir mujeres en las delegaciones”.
Tiene que convertirse en un mecanismo mental que se dispare automáticamente, y no en una muestra excepcional de sensibilidad o de amabilidad con las mujeres, notar su ausencia o su escasez o su baja representación en cualquier campo del saber o del poder en el país, y ese mecanismo debe ser una alerta para todos los servidores públicos, hombres y mujeres, y, aún más, muchísimo más, si trabajan en educación, cultura y bibliotecas. Si la lectura y la escritura se piensan como procesos de construcción democrática y ciudadana, es un imperativo ético y político hacerse siempre la pregunta. ¿Qué significa un país contado en masculino? ¿Qué discursos convencionales se siguen repitiendo con pequeñas variaciones?
En nuestro nombre, pero también en nombre de las que hasta ahora comienzan a leer y a escribir, aquí seguimos. Escribiendo.
YOLANDA REYES
FUENTE: EL TIEMPO