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noviembre 1, 2017

¿Es machista que una mujer no denuncie a su agresor?


Muchos critican a las mujeres que no le dan nombre y apellido a la persona por la cual se convirtieron en víctimas de acoso.

En las últimas semanas, a raíz de las denuncias públicas en torno al productor de Hollywood, Harvey Weinstein, explotó un debate mundial sobre el acoso que vivimos a diario las mujeres. Las denuncias sobre Weinstein motivaron muchas otras en otros gremios, incluso El Espectador publicó un artículo con los testimonios del acoso que viven sus periodistas en el trabajo. Y luego se hizo viral el hashtag #MeToo, lanzado por la activista Tarana Burke (hace diez años)  y retomado por la actriz Allyssa Milano.

Al español se tradujo como #YoTambién, y casi todos nos levantamos para ver, de manera ubicua en nuestras redes, que las mujeres estábamos hablando de alguno de los muchos casos de abuso y acoso sexual que hemos sufrido durante nuestras vidas. El hashtag fue tan exitoso porque fue un ejercicio de solidaridad. Muchas mujeres no hablan de estas agresiones porque se sienten culpables o porque creen que fueron las únicas bobas que se dejaron. Y que se dejaron por bobas, no porque haya una estructura de poder que cosifique a las mujeres y que haga del acoso sexual parte de nuestro camino profesional, sin importar la carrera que escojamos.

Algo sorprendente para muchas de nosotras es que  algunas mujeres que admiramos, que consideramos fuertes y poderosas, han vivido esa misma experiencia que a nosotras nos hizo sentir tan disminuidas. Saber eso hace que nos dé menos vergüenza. Si ella, que es una verraca, no se escapó del sino del acoso sexual, pues, obvio, nadie se salva.

Pero algunos y algunas han reclamado que, si son tan valientes, por qué no le dan nombre y apellido a su agresor. Las razones son muchas. La primera es la propia seguridad, quizás, este agresor aún nos acosa y si se entera de que lo denunciamos pueden escalar sus agresiones. También es posible que aún tenga poder en el trabajo y vaya a tomar retaliaciones. Por otro lado está la jartera de tener que enfrentarse a los “no te creo”, “solo lo haces por llamar la atención”, “estás tratando de arruinar la vida de ‘fulanito de tal’”. Esas duelen a veces más porque vienen de las personas cercanas. El desgaste emocional de denunciar una agresión de género es altísimo y, para muchas mujeres, estos fueron eventos traumáticos que no están preparadas ni interesadas en revivir.

Y luego está el problema legal. Porque, claro, seguro no hay pruebas, ya que del acoso sexual casi nunca quedan indicios. Tiene que ser muy avispada para tomarle screenshots al celular –y cada vez más de nosotras lo hacemos–, pero ¿qué del susurro en la oreja? ¿Qué del tipo que nos acosó antes de que se inventaran los teléfonos inteligentes? ¿Y si le da por demandarnos por injuria y calumnia? ¿Cuánto nos va a costar eso económica y emocionalmente?

Entonces no. Muchas mujeres no mencionan a su agresor y tienen muy buenas razones para hacerlo. Y para variar, hacerles esa exigencia significa, otra vez, poner el peso de la prueba en la víctima, que es a quien debemos proteger. Más justo sería exigirles a los hombres denunciar, con nombre y apellido, a sus amigos, hermanos, padres y colegas agresores. Ellos podrían hacerlo y el costo sería menos alto. ¿Por qué nadie los cuestiona o les exige?

FUENTE: CROMOS

 

 


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