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octubre 24, 2017

Ximena Londoño, la reina del bambú


Ha dedicado su vida a entender estas plantas y a reportar más de 50 nuevas variedades para la ciencia.
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Siempre que viaja va en busca de guaduales y se emociona cuando los encuentra, especialmente cuando están florecidos. “La flor es como la huella digital del ser humano –me explica, mientras recorremos su finca en el Quindío–, es la que tiene las características que la identifican como especie”. En esas tierras ha logrado que crezcan bambúes de Japón y de Tailandia, de Caquetá y de Norte de Santander. Los ha traído de muchos rincones del planeta o sus colegas se los han regalado en tubos de ensayo o en semillas.  Allí, en su jardín, que hoy es un sitio académico y turístico, tiene la colección más completa de bambúes de Colombia. “Pero no de plantas nativas”, me aclara, porque su tierra está a 1.250 metros sobre el nivel del mar y las plantas nativas de esta familia crecen en lugares  por encima de los 2.500.

Ximena Londoño es ingeniera agrónoma de la Universidad Nacional de Palmira y especialista en botánica taxonómica de los bambúes del neotrópico. Desde su tesis de pregrado –meritoria, como podría esperarse-, ha dedicado su vida a los guaduales. Los ha recolectado, estudiado, identificado y descubierto. Ya son cincuenta las  veces en las que ha tenido en sus manos una especie o variedad que nunca antes había sido descrita y, por tanto, no se encontraba en los anales de la botánica mundial. Ha identificado algunas de ellas con los nombres de colegas de diversas nacionalidades, pero también sus colegas la han honrado bautizando cuatro nuevas plantas con su nombre, como la Aulonemia ximenae, que crece en la serranía de Perijá, o la Otatea ximenae, que dedicó a un amigo botánico mexicano, y que son símbolo de su inmensa contribución a la ciencia de los bambúes.

En Asia comen, muy bien cocido, el brote de las plantas jóvenes de bambú. El oro subió en los últimos años, lo que dispara su extracción legal e ilegal. 

¿Bambúes o guaduas? Ambos pertenecen a la familia de las gramíneas. Todas las guaduas son bambúes, pero no todos los bambúes son guaduas. La guadua es una de las más de 1.500 especies de bambúes que se encuentran desde el nivel del mar hasta los 4.000 metros de altura y desde Japón hasta Chile.

Es una planta que sirve  para  la construcción, la fabricación de artesanías y muebles, el diseño de retablos artísticos, la elaboración de cremas y lociones para el cuerpo y la confección de ropa. En Asia, además, comen, muy bien cocido, el brote de las plantas jóvenes de bambú.

En la finca que heredó, Ximena conoce una a una sus plantas. Son sus hijas y las cuida como tales. Está pendiente de su crecimiento, sus brotes, su estado de salud, su vigorosidad y su entorno, en el que comparten territorio con otras plantas y animales –ahora suelen merodear perros de monte y micos; incluso, ha visto osos hormigueros ramoneando las hojas de los guaduales –.

Una infancia libre

Ximena creció en esa finca, cuando sus padres se encargaron de ponerla a producir café, plátano y banano, a pesar de que su madre era artista y su padre ingeniero. Doña Sofi (su mamá) contrató un par de profesoras y montó una escuela: por la mañana llegaban los niños de la vereda, y en la jornada de la tarde asistían adultos que no sabían leer ni escribir. Eran tiempos de violencia y la escuelita los salvó de la tragedia. “Ese trabajo con la comunidad hizo que la escuela fuera como un pararrayos, porque los bandoleros mandaban decirle a mi mamá que no se preocupara, que no nos pasaría nada porque en esa escuela se educaban sus hijos y sus sobrinos –cuenta–. Crearon ese lugar de corazón, de ver la necesidad que había en el campo de educar”.  Allí fue donde Ximena aprendió a leer y a escribir, pero también donde tuvo “un contacto fuerte con la gente y con la tierra”. Eso la marcó por el resto de su vida. “Ese espíritu de libertad que ha prevalecido en mí se debe a esa infancia tan libre que yo viví, una niñez sin limitaciones”.

Con el tiempo se mudaron a Cali y allí le impactó hasta la campana y la gritería de las alumnas del colegio donde la matricularon. Agradece que sus compañeras le enseñaran a bailar, pero en ese entonces agradecía, en especial, que llegaran los fines de semana para escaparse a la finca, donde estaba su esencia.

 Y ahora, a trabajar

En Palmira encontró de nuevo su ‘salsa’. De 120 alumnos en su carrera, se destacó entre las únicas ocho mujeres que ingresaron y estuvo becada por su alto rendimiento. “Mi papá pagaba el semestre y al final le devolvían la matrícula, así que me regalaba esa plata y todas las vacaciones me iba de viaje para algún sitio. Así conocí Colombia: paseando”.

Viajera y aventurera desde entonces, con su sombrero, su mochila y su elocuente manera de contar historias, me narra su vida con detalle mientras llueve torrencialmente. Su tono de voz hace la segunda al canto de la infinidad de pájaros que revolotean alrededor de su estancia.

Me cuenta, por ejemplo, que el matrimonio no estuvo en sus planes, a pesar de haber tenido parejas estables. “Cuando tenía 18 años, yo les dije a mis papás que nunca me verían vestida de blanco entrando a una iglesia”, dice, y luego oigo una risa nerviosa. Tampoco estaba en sus planes tener hijos. “Ahora que ellos ya no están, me duele”, remata, aunque no se arrepiente.

Llega la noche y sigue recorriendo recuerdos. En esta finca, que hoy llama el Paraíso del bambú y la guadua, supo desde niña que esta planta sería central en su vida porque “todo se resuelve con una guadua: si había que apuntalar un techo, coger una fruta, fabricar un banco, arreglar una mesa”.

Como universitaria asistió a congresos, hizo contactos y  conoció a ‘los duros’ del bambú –como los botánicos Cleofe Calderón y Thomas Soderstrom, con quienes investigó posteriormente en Washington–. Luego trabajó con las comunidades del Guaviare y el Amazonas y fue investigadora del Instituto para la Investigación y la Preservación del Patrimonio Cultural y Natural del Valle del Cauca (INCIVA), donde lideró un proyecto financiado por Colciencias que, después de tres años, resultó en un libro de su autoría: Estudio botánico, ecológico, silvicultural y económico industrial de las Bambusoideae de Colombia.

En una salida de campo encontró una especie que sembró en el Jardín Botánico Juan María Céspedes de Tuluá y que después de 14 años floreció. “En ese momento pude estudiar en profundidad la florescencia; encontré caracteres que la describen como nueva y la llamé ‘guadua incana’, porque ‘incano’ en latín significa pelo blanco, y las estructuras de la hoja tienen muchos pelitos blancos”.

Con otra planta, la Otatea colombiana –que acaba de ser lanzada en el V Simposio Internacional del Bambú y de la Guadua realizado en Bogotá–, tuvo la paciencia de esperar 23 años para confirmar que era una nueva especie. “Con las bambusoideas hay que tener paciencia porque tienen ciclos de floración muy largos”. El investigador mexicano Eduardo Ruiz Sánchez fue su colaborador en esta labor. “Lo que deja la academia son solo satisfacciones”.

La independencia sobre todas las cosas

Ximena se financia con becas que solicita permanentemente. Sin estar asociada a una institución de investigación científica, no lo piensa dos veces cuando hay que salir a recolectar muestras en el campo, prensarlas y luego buscar convocatorias para visitar herbarios y laboratorios donde puede comparar, identificar y estudiar sus flores. “Lo interesante de mi caso es que he sido una investigadora independiente –dice con orgullo–. Quizá podría haber hecho más si hubiera estado vinculada a la academia”. Es el precio de la libertad, y por eso hoy en día combina actividades académicas con la finca, sobre todo desde que doña Sofi murió –hace un año, enterita a pesar de sus 93 años–. Ximena la cuidó y acompañó en sus últimos años. Le organizó una celebración para clausurar la escuela, a la que “vinieron más de 85 egresados, tres generaciones que habían pasado por la escuela; hoy en día policías, vigilantes y campesinos”.

Ahora continúa con el legado de su madre, ya no en la escuelita, sino en un destino ecoturístico donde dicta talleres de educación ambiental y usa bambúes como herramientas didácticas. Así pasa ahora sus días, recibiendo a académicos y estudiantes, mostrándoles sus más de 72 especies de bambúes y explicando su capacidad para recuperar cuencas hídricas y pantanos.

En la reciente celebración de los 150 años de la Universidad Nacional de Colombia, el Consejo Superior Universitario le otorgó a Ximena la distinción en la categoría Investigación o Creación Artística y Cultural, por su destacada labor como investigadora. “Lo que yo más deseo en mi vida es ser consecuente con lo que pienso y lo que hago”, dice, como si entregara la receta para ser feliz.

FUENTE: CROMOS


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