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septiembre 11, 2017

Una visión feminista de la prostitución


El pasado 6 de septiembre del presente año, en un artículo publicado en las 2Orillas, por David Manrique, que tituló “En Defensa de la Vida Alegre”, asocia la visita de Francisco Primero con lo que llama “las repentinas y peregrinas iniciativas de concederle un piadosísimo perdón a cientos de miles de condenados y multar a todo aquel que frecuente a una prostituta”. Con un tono extremadamente irónico y patriarcal. Claro, sólo un representante de la ultraderecha neopentecostal, ataca la amnistía otorgada como parte de los acuerdos de paz y reputa a la religión y a la moral la posición abolicionista del modelo nórdico, que hoy impulsa la legisladora Clara Rojas en el Congreso de Colombia y que le ha ganado toda suerte de ataques.

La prostitución o, mejor dicho, el acceso masculino pagado al cuerpo de las mujeres, constituye una práctica social inmemorial, arcaica y antigua como la supremacía masculina sobre las mujeres desde el establecimiento del patriarcado como sistema social imperante. En efecto, la prostitución es una versión más de las modalidades en que se manifiesta y asegura el principio de la autoridad patriarcal (CARRACEDO, R., 2007), y no tiene en sí misma, ninguna diferencia de otras formas en que el hombre ejerce su superioridad y poder contra las mujeres, entre las que podemos mencionar la mutilación genital, la violencia familiar autorizada a los jefes de la familia (patriarcas) para castigar a sus esposas (incluyendo el maltrato físico y psicológico), la violencia relacionada con la dote, la violencia sexual y las violaciones en tiempos de guerra o la compa de niñas novias.

La prostitución o, mejor dicho, el acceso masculino pagado al cuerpo de las mujeres, constituye una práctica social inmemorial, arcaica y antigua como la supremacía masculina sobre las mujeres desde el establecimiento del patriarcado como sistema social imperante.

El poder político ha organizado y participado activamente, desde todos los tiempos, en seleccionar y tener disponibles a mujeres para ser usadas pública y colectivamente por los varones. (CARRACEDO, R., 2007).

En la época de Solón (640-558 A.C.) encontraremos cómo se organiza el mercado de las mujeres y las normas establecidas para el acceso a sus cuerpos. Más adelante, en la Edad Media, la teología católica aportará la excusa moral para legitimar dichas prácticas, cuando estableció que en la escala del pecado, lleva menor penitencia la fornicación con mujer soltera y sin vínculo estamental que la fornicación con mujeres casadas, con varón o con bestia. (ULLOA, T. 2011)

No podemos, ni debemos analizar la prostitución, especialmente, de mujeres y niñas, sin referirnos al patriarcado como modelo social imperante, que avanza y se transforma, de la misma manera que avanza y se transforma la globalización, el crimen organizado y el modelo neoliberal de la economía.

Y cuando hablamos del patriarcado del siglo XXI, o neo-patriarcado, tenemos que tomar en cuenta que el patriarcado, como parte del modelo masculino tradicional, es un orden sociocultural de poder basado en patrones de dominación, control o subordinación, como la discriminación, el individualismo, el consumismo, la explotación humana y la clasificación de personas, que se transmite de generación en generación, o sea de padres a hijos; se identifica en el ámbito público (gobierno, política, religión, escuelas, medios de comunicación, etc.), y se refuerza en lo privado (la familia, la pareja, los amigos), pero que es dialéctico y está en constante transformación, manifestándose en formas extremas de violencia y discriminación contra las mujeres como el feminicidio.

La explotación humana, como parte del sistema de dominación del patriarcado, se estructura en lo general, pero alberga modalidades, como la sexual, que parte del control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres y las niñas

Los seres humanos que crecemos y nos educamos en culturas occidentalizadas, como las nuestras, hemos generado un sistema en el que desarrollamos y aprendemos diferentes maneras de relacionarnos, ser y estar en el mundo, de acuerdo a reglas muy específicas que vamos conociendo en nuestros hogares y reproduciendo en nuestra escuela, trabajo o con nuestras propias familias.

La explotación humana, como parte del sistema de dominación del patriarcado, se estructura en lo general, pero alberga modalidades, como la sexual, que parte del control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres y las niñas, determinándolas en calidad de objetos para el placer masculino, inclusive violentándolas y forzándolas para integrarlas a las filas de la prostitución o la pornografía, en el comercio sexual, en la mayoría de las veces por vulnerabilidad y falta de oportunidades.

Esto permite la construcción de cadenas de complicidad al margen de la ley y del respeto a la dignidad de las mujeres y sus derechos humanos, permitido por las instituciones, pero que, debido a esta ideología, se le normaliza y da pauta para su aceptación en cualquier ámbito, sin importar nivel socioeconómico, escolaridad o edad.

Los comportamientos patriarcales se manifiestan en muchas formas diferentes, entre las que sobresale el machismo o sexismo que se resume en: abusos contra las mujeres, violación, violencia familiar, abusos patrimoniales y económicos, abusos de poder, violaciones a los derechos humanos, la pobreza y la feminización de la pobreza, el consumo de prostitución y pornografía, el feminicidio y muchas otras formas de comportamientos individuales y sociales disfuncionales y dañinos contra las mujeres y las niñas.

Querer defender la prostitución como un trabajo autónomo es ignorar toda la violencia que entraña, es reconocer que las mujeres sólo nos merecemos trabajos precarizados, que, como en la prostitución, no sólo acarrearan consecuencias en su salud, sino también en la comunidad.

El trabajo digno es aquel que garantiza la permanencia, promoción, prestaciones, vacaciones pagadas y seguridad social. Las violaciones con factura, la prostitución, no son trabajo, tampoco es sexo.

El trabajo digno es aquel que garantiza la permanencia, promoción, prestaciones, vacaciones pagadas y seguridad social. Las violaciones con factura, la prostitución, no son trabajo, tampoco es sexo. Es la humillación que muchas mujeres sufren por necesidad y en el caso de Colombia por los efectos perversos de la guerra, del desplazamiento interno, del reclutamiento forzado, de la falta de oportunidades y del machismo exacerbado colombiano que viola los tratados internacionales que ha ratificado y que constitucionalmente tienen un nivel supra-constitucional.

Es tanta la ignorancia del autor del artículo que habla de prohibición, la que imputa a la moral religiosa, cosa que no tiene nada que ver con hacer visible al último eslabón de la cadena del sistema prostitucional, el prostituyente.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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