agosto 18, 2017
«¿Profesora, es usted hombre?»: la vida de una mujer transexual en el aula de clases
Maestra, madre de dos niños y pastora en una iglesia, Alexya Salvador ejerce varios roles en su vida sin reprimirse. Desde que optó por asumir su identidad como mujer, sus esfuerzos se han centrado en educar para eliminar los prejuicios.
La sala está en silencio cuando entra Alexya. «Vamos a hacer las tareas de la clase», dice. Solo se escucha el sonido de sus tacones en el suelo de madera. Se arregla su delantal bordado y mira seria a sus alumnos de séptimo curso. A pesar de su fama de ser estricta, es la favorita de muchos estudiantes.Tiene algo diferente en su forma de reír, hablar, «y dar el contenido de las clases», dicen. Tiene algo diferente en sí misma: es la única maestra transexual que la mayoría de los adolescentes ha tenido.
«Además de portugués, inglés y la forma correcta de escribir, enseño lo que es la diversidad», dice Alexya Salvador, de 36 años, quien trabaja en una escuela estatal en Mairipora, en el área de Sao Paulo.
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La transición de Alexander a Alexya ocurrió en 2012, cuando daba clases en otra institución estatal. En aquellos días, se tomó una licencia de 15 días para asumir completamente la identidad femenina. Al regresar, se volvió a presentar a los estudiantes. Al ser Alexander era profesor, pero como Alexya adquirió otras responsabilidades: es pastora auxiliar y madre. Celebra los servicios de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana (ICM), un grupo cristiano abierto a los fieles de la comunidad LGBT, y adoptó Gabriel y Ana Maria, los hijos de su esposo Roberto.
En ambas situaciones, fue pionera. A fines de año será la primera reverenda transexual de la ICM que hay en América Latina y fue la primera transexual en adoptar a un niño en Brasil.
En la escuela, su transformación ha llevado a la discusión sobre los géneros en clase. Las preguntas sobre el tema comenzaron a aparecer en las lecciones de gramática, como un día cuando un alumno le dijo: «Profesora, para mí siempre será un hombre». El joven se sentía incómodo con el maquillaje y el pelo liso y el cuerpo de Alexya, quien mide más de 1,80 m.
«Vi que él estaba nervioso y le dije: ‘Habla, vivimos en una democracia, te escucho‘. No le impuse nada. Solo lo invité a la reflexión y le dije: ‘Si aun después de todo lo que te he mostrado ves a un hombre vestido de mujer y respetas a ese hombre vestido de mujer, está muy bien. Eres libre de estar de acuerdo o no, pero debes respetar‘».
Alexya dice que hablar de la identidad no solo hace que los estudiantes sean más tolerantes. Cree que el debate, a menudo iniciado por los mismos alumnos, ayuda a formar ciudadanos con el poder de la argumentación. «Dejo que traigan sus realidades. Porque los niños quieren ser escuchados. Muchos de ellos no tienen un padre y una madre que se siente a hablarles», dice la profesora.
El prejuicio, dice, no es común en los niños. El mayor problema está en los adultos. Como un anterior director de la escuela que insistía en llamarla Alexander, o como el personal de la escuela que le volteaba la mirada, o los padres que la acusaban de convertir a sus hijos en homosexuales y lesbianas. «¿Cómo una madre puede venir a pelear porque le hablé a su hijo de que tiene que ayudar con las tareas del hogar? Hablar de género no es sobre el sexo, es discutir sobre la condición humana», explica.
Afecto y confidencias
Mientras que hay colegas y padres que intentan acallarla, parece que a los adolescentes y niños les gusta que hable. Al abrir un libro y leer en voz alta un ejercicio, la profesora repentinamente deja de leer y señala: «Solo tenemos hombres en estas cifras, no hay una mujer… qué cosas aburridas, ¿verdad?».
Para Larissa Oliveira, de 12 años, mucho ha cambiado en su clase desde que llegó Alexya, especialmente en las definiciones de lo que es una tarea de un niño o una niña. «A mí, por ejemplo, me gusta jugar con la pelota y los chicos decían que yo era lesbiana. Pero la profesora de inmediato explicó las cosas, dijo que el fútbol no es sólo para los hombres, que no hay que elegir entre qué es correcta para hombres o mujeres», cuenta. «Nos enseñó mucho acerca de los prejuicios, del sexismo y otras cosas. Es una persona maravillosa, me encanta su pasión», agrega.
La proximidad a los estudiantes hizo que Alexya se convirtiera en su persona de confianza para algunos. Sentada en la cafetería de la escuela, recuerda a un estudiante de escuela primaria que llamó para decirle que era homosexual y pedir consejo. La familia del niño era muy religiosa y los padres había impedido la visita de un primo que se asumió como gay anteriormente.
«Mientras él lloraba, lo único que podía decirle era que no era una aberración, sino un niño hermoso y sano. No quería darle un consejo para que mañana dijera ‘hice lo que me dijo y ahora estoy en la calle, mi padre me golpeó‘. Le dije que iba a llegar el momento adecuado. Le aconsejé que estudiara mucho para un día ser independiente y vivir su vida», cuenta Alexya. Al abrazar al niño, la profesora viajó en sus recuerdos. Se vio llorando en la escuela, en el estacionamiento, mientras era golpeada por sus compañeros por ser «el bicho raro» de la clase.
Más de veinte años después, no olvida lo que dijo su profesor de educación física al ver esa escena: «¿No quieres ser molestado? Quédate callado». Pero hoy, cuando oye que alguien en la clase usa la palabra «maricón», Alexya hace un escándalo.
Madre y pastora
Para Alexya, la idea de que puede moldear la identidad o la sexualidad del hijo o la de alguien más la ve como algo «demasiado falaz». Madre de una niña transexual de 10 años y un niño de 12, ella dice que cada uno traza su propio camino.
En una de las misas de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, donde sus hijos van todos los domingos a escuchar sus sermones, habla de la libertad de ser. Personas transexuales, homosexuales, lesbianas, bisexuales y drag queen están en las bancas.
La historia Alexya es también la de su familia, que es diversa: Roberto es homosexual, Gabriel es heterosexual, Ana Maria transexual. Cuatro personas diferentes que decidieron «cuidar la una de la otra», según la definición de la Alexya.
FUENTE: SEMANA