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octubre 7, 2025

Mujeres colombianas tejen redes de esperanza por Palestina


Esta columna fue escrita por la columnista invitada Mónica Uribe Gómez.

“Me han estremecido un montón de mujeres…”  Silvio Rodríguez

Por estos días se cumplen dos años del comienzo de la fase más devastadora del conflicto entre Israel y Palestina. Dos años en los que hemos sido testigos de una tragedia humanitaria que, hace tiempo, dejó de tener el carácter de legítima defensa por parte del gobierno israelí. 

Pese a los frágiles intentos de negociación, los ataques permanentes contra la población en la Franja de Gaza siguen cobrando miles de vidas y dejan al descubierto las profundas fracturas de la diplomacia mundial. La inacción de los gobiernos y la parálisis de los organismos multilaterales han permitido que lo que diversas organizaciones internacionales ya califican como un genocidio —perpetrado desde octubre de 2023— se mantenga en la impunidad. Esta ofensiva no solo ha devastado a un pueblo, sino que ha erosionado los principios y acuerdos construidos en la posguerra para proteger a la humanidad frente a crímenes de esta magnitud.

A medida que el conflicto se recrudece, cobra vigencia lo que Hannah Arendt denominó “la banalidad del mal”. Hemos sido testigos del uso del hambre como arma de guerra, del asesinato sistemático de niños y de la destrucción planificada de un territorio. Pese a la crueldad y la deshumanización, cada día se alzan más voces ciudadanas en el mundo exigiendo el fin de un exterminio que hace tiempo dejó de poder justificarse como “defensa legítima”. Hoy las cifras estremecen: casi 70.000 personas asesinadas, entre ellas al menos 18.000 niños. Según un reporte de la ONU de 2024, cerca del 70% de las víctimas son mujeres, niños y niñas. Gaza es hoy un territorio arrasado: sin viviendas en pie, sin agua y sin electricidad.

Un informe reciente de Naciones Unidas advertía que, hasta el 13 de julio de 2025, se habían registrado 875 muertes en Gaza mientras las personas intentaban conseguir alimentos; 674 de ellas en las inmediaciones de centros de ayuda gestionados por Estados Unidos e Israel. Las imágenes de esta tragedia son insoportables. Entre tantos casos, uno en particular despertó mi desesperación y profunda indignación: el de la doctora Alaa al-Najjar, pediatra en el Hospital Nasser. 

En mayo de este año, mientras trabajaba en un hospital, un bombardeo alcanzó su barrio; allí perdió a siete de sus hijos y, poco después, a su esposo. “Cuando llegó, los trabajadores de urgencias estaban sacando los cadáveres de sus hijos”.

Historias como esta han sido el detonante para que muchas de nosotras —Mujeres por Palestina— sintamos la urgencia de actuar: sumarnos a acciones humanitarias, denunciar los crímenes atroces que Israel comete contra el pueblo palestino y acompañar, aunque sea en la distancia, a quienes comparten con nosotras la misma humanidad. Personas que sueñan con vivir en paz y en un lugar seguro, pero que hoy siguen luchando por sobrevivir bajo los bombardeos y constantes desplazamientos masivos que se repiten una y otra vez.

Este grupo, conformado por mujeres colombianas —muchas de ellas desde Medellín— ha comenzado a tejer un movimiento de solidaridad que une indignación, creatividad y esperanza. Inspiradas por mujeres valientes como la relatora especial de Naciones Unidas Francesca Albanese, la activista Greta Thunberg, y Luna y Manuela, dos colombianas que decidieron poner el cuerpo como recurso para romper el bloqueo y acaban de ser deportadas después de pasar cinco días detenidas en Israel,  por su participación  en la Global Sumud Flotilla.

Esta juntanza de mujeres, que se ha ido tejiendo poco a poco, nace de una necesidad compartida: hacer algo, lo que sea, frente al horror. Nos duele el asesinato de niños y niñas, aunque no sean “nuestros” —o precisamente porque también lo son—; nos estremecen los cuerpos destrozados, aunque estén lejos; nos conmueve el dolor de madres, padres y familias enteras, rotas y desesperadas.

Desde hace tiempo, y con más fuerza en estos dos años, las acciones de mujeres solidarias con Palestina han sido innumerables y diversas. Con gestos grandes y pequeños han sostenido protestas pacíficas contra la injusticia, han buscado vías para enviar agua, alimentos, medicinas y dinero para apoyar traslados forzados, e incluso están acompañando a familias enteras en el proyecto de encontrar la posibilidad de rehacer su vida en Colombia. Pero, sobre todo, han llevado palabras y mensajes de esperanza a quienes lo han perdido todo. Todas estas iniciativas comparten están inspiradas por el mismo principio: la decisión de no aceptar la injusticia, la barbarie y el terror como parte de la normalidad.

Este grupo —integrado por activistas, académicas, artistas, profesionales de distintas áreas, cantantes, cocineras, bordadoras, madres e hijas— ha encontrado en la solidaridad una forma de resistir y acompañar. Algunas organizan festivales de arte o cenas con platos tradicionales palestinos para recaudar fondos; otras bordan banderas y las rifan para donar lo recolectado. 

También hay quienes impulsan eventos académicos o se articulan con redes de organizaciones para hacer llegar donaciones a familias verificadas, hospitales y hospicios que apenas sobreviven en medio de la destrucción. Todas buscamos recursos y vinculamos —cuando es posible— a nuestras familias y amigos en esta cadena de apoyo, nos emocionamos juntas con los gestos de humanidad de quienes se aportan con sus donaciones y participan en los bazares y actividades que organizamos. 

Estas son solo algunas de las múltiples acciones impulsadas por este colectivo, que además participa en todo espacio donde cree que puede ser escuchado. Bajo la premisa compartida —casi como un mantra— de que “cada gesto, pequeño o grande, es importante y suma”, transforman la impotencia en acción. Sin hacer mucho ruido, logran llevar esperanza y recordarnos que, incluso desde la distancia, es posible resistir, cuidar y acompañar.

Este es un homenaje a las mujeres que han decidido no ser espectadoras pasivas. Nos preguntan: ¿por qué Palestina y no Colombia? Porque la solidaridad no tiene fronteras. Nos duelen todas las injusticias, también las nuestras, pero no podemos mirar a otro lado mientras se transmite en vivo un genocidio. El dolor nos unió y nos ha enseñado que, pese a nuestras diferencias, caminar juntas es la forma más digna de resistir. Porque, como recuerda un proverbio africano retomado por los feminismos, “solas podemos llegar antes, pero juntas llegamos lejos.”

Finalmente, me gustaría que este homenaje también sea para despedir a la gran mujer que fue Jane Goodall, su legado nos acompaña y sus palabras resuenan para nosotras: “No puedes pasar un solo día sin dejar huella en el mundo que te rodea. Lo que haces marca la diferencia, y debes decidir qué tipo de diferencia quieres marcar”

FUENTE: LA SILLA VACIA


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