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marzo 27, 2024

Periodismo y mujeres en Colombia: entre lo disruptivo y lo excluyente


El periodismo en Colombia ha sido construido por mujeres que critican las jerarquías sociales y el papel de los géneros en la sociedad. Un siglo de periodistas y batallas. Alejandro Lozada-Cortés*

Un cuestionario

En julio de 1972, Susan Sontag respondía por escrito un cuestionario que le había sido enviado a ella y a otras intelectuales de alto calibre (entre quienes estaban Simone de Beauvoir y Rossana Rossanda) por los editores de la revista Libre.

Libre era una pequeña y prolífica revista trimestral, publicada en español y editada en París, que no alcanzó a cumplir un año de circulación, y el cuestionario iba dirigido a temas como la liberación de las mujeres, su incorporación al trabajo y sus batallas por la soberanía de sus cuerpos.

“La ‘masculinidad’ es identificada con aptitud” —escribía Sontag en una suerte de introducción a sus respuestas—, “autonomía, autocontrol, ambición, deseo de riesgo, independencia, racionalidad; la ‘feminidad’ es identificada con incompetencia, indefensión, pasividad, lo irracional, lo no competitivo, con ser amable”.

Vueltas a publicar después para otras audiencias, la escritora estadounidense le agregó una nota aclaratoria en la que explicaba lo que ella percibía como una falta de sofisticación en sus respuestas. Y más o menos pedía excusas: “La mayoría de lectoras de Libre viven en América Latina, lo que explica el tono laboriosamente explícito de lo que escribí”.

El manuscrito, además, es un recordatorio de que las relaciones de poder son multidireccionales, abarcan intersecciones y no sostienen un solo relato.

El paternalismo de Sontag, del que tal vez yo participo al decidir hablar de una intelectual estadounidense para abrir la reseña de un libro sobre periodistas en Colombia, ejemplifica no obstante lo poco estudiadas que han sido las mujeres periodistas y su participación en la prensa en Latinoamérica, y lo malinterpretada (o ignorada) que ha sido la audiencia que crearon y el impacto que tuvieron en sus respectivos foros públicos.

Foto: Archive.org – La revista Agitación Femenina, fundada y dirigida por Ofelia Uribe, se emitió por primera vez en octubre de 1944.

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Las publicaciones colombianas

Ya en la década de 1940, 30 años antes de Libre (que, dicho sea de paso, era editada por hombres), en Colombia existían publicaciones dirigidas y producidas por mujeres con el objetivo declarado de subvertir la prensa masculina dominante, reclamar su puesto en la construcción de una Nación todavía temprana y redefinir el rol de la mujer y lo “femenino”.

Impresos como Mireya (1943), Agitación Femenina (1944), Mundo Femenino (1953), Verdad (1955) y Mujer (1962), hacen parte de un episodio en su mayoría pasado por alto y, sin embargo, fundacional de las tensiones mediáticas en el país, sus conquistas en términos de inclusión y sus paradojas.

Justamente de esto se trata el último libro de la historiadora Sandra Sánchez-LópezBatallas por la pertenencia. Una radiografía minuciosa y obsesivamente documentada de las negociaciones continuas, y muchas veces contradictorias, que hicieron las mujeres periodistas en Colombia en la segunda mitad del siglo XX. El manuscrito, además, es un recordatorio de que las relaciones de poder son multidireccionales, abarcan intersecciones y no sostienen un solo relato.

Agitación femenina y Madame Cucufata

“Todas marchamos desaladas en pos de la belleza y, ¿por qué no decirlo?, en busca también de un chico guapo que nos gobierne, ampare, dirija y sustente […] únicos y supremos ideales a los cuales aspira y debe aspirar toda mujer verdaderamente femenina”, se podía leer en la primera edición de Agitación Femenina, publicada en octubre de 1944.

La columna continuaba con consejos prácticos que llevaban a la mujer “verdaderamente femenina” al “punto céntrico del amor y la belleza”. Los consejos incluían “no opinar nunca para evitar los disgustos que [se] marcan en la frente” o “esterilizar el cerebro, para evitar que esos microorganismos dañinos denominados pensamiento, razonamiento, entendimiento y voluntad se apoderen de él”, e iban ilustrados con un dibujo a media página de Olivia, la desamparada damisela en apuros de la caricatura estadounidense Popeye el marino. Al final de cada texto, se podía leer la firma de Madame Cucufata.

Fundada, dirigida y muchas veces producida por la periodista Ofelia Uribe, Agitación Femenina incluía en sus números los consejos de Madame Cucufata. Como sátira, detalla Sánchez-López, el personaje de Cucufata se burlaba y subvertía varios arquetipos. Las expectativas sociales para las mujeres, naturalmente, pero también las columnas con “consejos de belleza” que aparecían en la prensa masculina, o las mujeres acomodadas (las Mesdames) que miraban con desdén las ideas feministas que defendían sus coetáneas.

El solo nombre de Cucufata revela el nivel de ambición y sofisticación del proyecto mediático de Uribe. “Podría haber sido Señorita Correcta o Señorita Tradición” —escribe Sánchez-López—, “[…] en cambio era Madame Cucufata, una mujer pro-establecimiento, cruda en su exposición, quien en el fondo comunicaba creencias presuntamente locas a favor de las mujeres”.

La historia, sin embargo, es más completa (que es otra forma de decir compleja). De la misma manera en que Sánchez-López destaca la importancia de las periodistas en la consolidación de las mujeres como actores legítimos en los procesos de construcción de Nación, la autora de Batallas por la pertenencia es rápida en señalar que sus proyectos impresos fueron tan disruptivos como complacientes, e inclusivos como excluyentes.

“La inclusión de género también creaba contornos de clase que eran problemáticos”, explica Sánchez-López. Y lo eran porque aunque los proyectos de prensa de las mujeres periodistas buscaban abrir un espacio para las mujeres en los foros públicos, y aunque su discurso no hacía distinciones de ningún tipo, en la práctica eran las mujeres educadas en universidades, pertenecientes a una clase media en creación, las que recibían el llamado a hacer parte de esta expansión del poder.

En un contexto de hostilidad contra la prensa femenina, las mujeres periodistas defendieron y consolidaron sus luchas mediáticas propagando una narrativa que consideraba solo a un pequeño fragmento de la sociedad colombiana, que miraba con mejores ojos el trabajo intelectual y que perpetuaba un orden de clases y racial.

Así se evidencia, por ejemplo, en la defensa que la misma Uribe hacía de Agitación Femenina,  recopilada en el libro ¡Dinamita!, de la periodista Glora Susana Esquivel. “La aparición de una Revista (sic) como la nuestra [es una] demostración clara y palmaria de que la mujer colombiana se ha dado cuenta exacta de que su situación no corresponde al momento actual ni encuadra dentro de la fisonomía democrática de la patria […]. En realidad, las mujeres que agitan estos temas del derecho constituyen una minoría porque contadas son también las que portan la antorcha de una inteligencia cultivada”.

En Mundo Femenino, liderada por la periodista Mariaurora Escovar, también se adelantaba un relato similar. “¡Adelante, mujeres colombianas!” —se podía leer en la edición de Mundo Femenino de octubre de 1954— “El campo está abierto para cumplir nuestra misión”. Así concluía la pieza La mujer universitaria, donde Sofía Duarte, presentada como una “distinguida estudiante en la [Universidad] Javeriana”, hacía un alegato de la mujer profesional y su potencial transformador de la patria.

Es claro que tanto para Uribe como para Duarte, que a la vez recibía su plataforma de Escovar, referirse a la mujer colombiana (tanto la que es consciente de su opresión y busca liberarse, como la que recibe el mandato de la acción) era igual que referirse a la mujer educada, la de “inteligencia cultivada”.

Puesto en términos negativos, ni las obreras (que no hacían trabajo intelectual), ni las empleadas domésticas (que se dedicaban a trabajos de cuidado sin incurrir en su prática científica) eran consideradas, paradójicamente, “mujeres colombianas”, o por lo menos no compartían protagonismo en las narrativas de inclusión que empujaron las mujeres periodistas.

Revista Mujer

La misma estructura paradójica se repetiría casi una década después en la revista Mujer, de la periodista Flor Romero. En las páginas de Mujer se desarrollaban varias disputas en simultánea.

Mientras que la publicación politizaba los cuerpos de las mujeres, su estética y su sexualidad, en un intento por afianzar una identidad de clase y conectar a las mujeres colombianas con el mundo, los relatos que construía propagaban una estructura de jerarquía racial.

“Los estándares de belleza [de Mujer] se mantuvieron blancos y europeos, sin incluir ninguna referencia deliberada a mujeres indígenas o mujeres de ascendencia africana […] lo que indicaba un primer paso en la adopción y consolidación de las clasificaciones raciales generalizadas en el exterior”, explica la historiadora.

aunque los proyectos de prensa de las mujeres periodistas buscaban abrir un espacio para las mujeres en los foros públicos, y aunque su discurso no hacía distinciones de ningún tipo, en la práctica eran las mujeres educadas en universidades, pertenecientes a una clase media en creación, las que recibían el llamado a hacer parte de esta expansión del poder.

Y es que de eso, en el fondo, se trata el libro de Sánchez-López. De los precios de las causas, de los puntos ciegos del poder, de la inevitable condena a la contradicción y a la opresión del otro (la otra) mientras se busca la emancipación de uno mismo (una misma).

En palabras de la autora: “El poder no es necesariamente estructurado ni es siempre vertical. También puede ser caótico y operar sobre actores defendidos y considerados como iguales”.

Batallas por la pertenencia es una lectura sobre las paradojas inevitables del poder, que debería ser leída por todo periodista, político, activista, o cualquiera con una causa. No para evitar las contradicciones de sus batallas, por más bienintencionadas que estas sean, sino para hacerse cargo de ellas.

FUENTE: RAZÓN PÚBLICA


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