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noviembre 16, 2018

¿Cómo fue ser mujer en los peores años del conflicto en el Catatumbo?


El informe Estos dolores que nos hacen fuertes. Voces y memorias de mujeres del Catatumbo, del Centro Nacional de Memoria Histórica, son las historias de violencias de cuatro mujeres de esta región, de su resistencia y dignidad.

Estela, en Tibú, vivió la violencia en su cuerpo desde que era niña. Después vino el miedo a los hombres que estaban armados y después, la huida. Mariela, en Sardinata, una adolescente rubia, “catira”, fue acosada por un paramilitar. Lo que la llevó a confinarse en su casa. Una mujer en San Calixto sufre en silencio, el cuerpo y la cabeza le cobran lo que vio y las situaciones que vivió le pasan factura por correr, por esconderse, por desplazarse. Una mujer más, promotora de salud, fue violada por tres paramilitares cuando iba desde el Catatumbo bajo hacia Cúcuta.

Sucedió en la región del Catatumbo (Norte de Santander) a finales de los años 90 y principio de los 2000. Ahí ocurrieron 104 masacres entre 1958 y 2018, con un total de 599 personas muertas. También se desplazaron casi 100 mil habitantes y 832 fueron asesinados de manera selectiva. Estas son las cifras que arrojó el informe Catatumbo: memorias de vida y dignidad, del Centro Nacional de Memoria Histórica.

¿Pero qué sabemos de la violencia ejercida contra las catatumberas? “Yo digo que esa gente, los paramilitares del Bloque Catatumbo, llegaron como en una persecución contra las mujeres, fue como si se hubieran ensañado contra nosotras”, dijo una de las mujeres víctimas que les narraron a los y las investigadoras del CNMH las vejaciones que sufrieron en la guerra. Sus voces quedaron escritas en el informe complementario Estos dolores que nos hacen fuertes. Voces y memorias de mujeres del Catatumbo, que se lanzará, junto con otros cinco (y el principal) este jueves 15 de noviembre en Bogotá. El informe narra, en primera persona, los historias de las mujeres, pero también habla de la sororidad que se despertó entre ellas y de la dignidad con la que siguieron asumiendo la vida. Habla sobre cómo se cuidaron.

Estas son algunas citas de los relatos dolorosos, pero también solidarios, de las mujeres que vivieron la guerra en sus cuerpos.

Sobre los roles sociales y el abuso:

«Por momentos perdí la esperanza. Pensé que toda la vida iba a estar encerrada en la casa, viendo cómo mis hermanos mayores, los varones, se iban a la escuela a aprender a sumar, a leer, a hacer cuentas y a entender un poquito el mundo que los rodeaba, mientras a mí me preparaban para parir y criar los hijos, estar pendiente del aseo de los pasillos y las habitaciones, cocinar y soportar en silencio los abusos que sucedían en mi propia casa, ahí, frente a mi propia familia».

– Estela, La Gabarra, Tibú

Pie de foto: La historia de la casa de las palomas, la historia de Estela.

Sobre el control paramilitar:

«Me acuerdo un fin de semana que mi papá bajó de la vereda al pueblo. Y qué sorpresa la de mi papá cuando me invitó a tomar una gaseosa en la panadería y yo le dije que no tenía ganas, que me sentía enferma y que no podía salir a la calle. Imagínese, horrible, terrible esa situación. Uno encerrado entre esas cuatro paredes, en su propia casa, sin poder salir a la calle, por el temor. Eso cuando yo me asomaba a la ventana, o salía a la puerta, veía a El Loro (un paramilitar) por ahí en las esquinas como esperando a que uno saliera, vigilándolo a uno».

– Mariela, Las Mercedes, Sardinata

«Y yo, con el tiempo, me fui enterando que a la muchacha que le hubieran puesto el ojo los paracos, le quedaban solo dos opciones: o acceder, por la fuerza, a hacer lo que ellos quisieran, o salir corriendo del pueblo donde viviera, para salvar su vida y su dignidad. Por ahí en el pueblo se escuchó mucho un caso de una muchacha a la que los paracos violaron y asesinaron, por no hacerles caso. Ella era muy bonita, muy elegante, y cuando empezaron a joderla, ella se les paró duro y les dijo que no quería absolutamente nada con ellos. Entonces, como castigo, la violaron, le hicieron cortadas en sus senos, la asesinaron y la tiraron a una laguna».

– Mariela, Las Mercedes, Sardinata

Pie de foto: Los días en que ser bonita era un peligro, la historia de Mariela.

Sobre la violencia sexual:

«Llegamos a la curva de La Peña, cuando unos hombres pararon el bus en un retén que habían montado. Eran paramilitares. Bueno, ellos se presentaron como Las Autodefensas, y nos hicieron bajar a todas las mujeres que íbamos en el bus. En total éramos cuatro. (…) Entonces le dijeron al conductor que siguiera, que se perdiera de ahí rapidito, que ni se le ocurriera a nadie bajarse y menos preguntar nada. Entonces uno de ellos se me acercó, me puso un arma en el cuello y con la navaja que guardaba en la pretina me hizo una cortada en la parte superior del seno que afortunadamente no fue tan profunda. Uno de ellos me agarró fuertísimo de las muñecas y me tiró con rabia al suelo, me golpeó la cara y me tapó la boca durísimo. Yo no encontré modo de defenderme, de gritar, mucho menos de volármeles. Entonces fue cuando uno por uno, los tres paramilitares, abusaron sexualmente de mí».

– Una mujer en el Catatumbo bajo

«Eso parecía que estuvieran haciendo una subasta: entraban y escogían a las muchachas que más les gustaran, y listo. Se las llevaban para violarlas, para que convivieran con ellos a la fuerza, para que les hicieran los oficios de la casa, porque qué más querrían esos hombres».

– Estela, La Gabarra, Tibú

 Sobre las secuelas físicas y psicológicas:

«A veces me levanto con mucha rabia, como con ganas de no ver a nadie y que nadie me pregunte nada. Y se me acerca mi hija y me pregunta: “¿Mami, pero a usted qué le pasa?” Imagínese, ¿qué respuesta le puede dar uno? Cuando me agarran punzadas en el pecho me toca inventar alguna cosa, porque con qué cara le explica uno a alguien que eso es consecuencia de todo lo que nos tocó vivir. Dirán que una se está inventando males para no ir a trabajar, o que se volvió perezosa y ya no quiere salir a las labores del campo ni cuidar a los hijos. Y, dígame, ¿cómo va uno al centro de salud a que le den unas pastillas que al fin y al cabo no van a ser ningún alivio?».

– Una mujer en San Calixto

Pie de foto: Como un lamento por dentro, la historia de una mujer en el Catatumbo bajo.

Sobre el silencio: 

Y el silencio. Tuve que guardar silencio. Muchas mujeres tuvimos que guardar silencio. Yo no quise denunciar, porque tenía temor de que los funcionarios que escucharan mi relato fueran a contar algo o fueran aliados de los mismos paramilitares, de los mismos que me habían hecho tanto daño. Ese era otro temor con el que nos tocaba convivir: desconfiar de aquellos que se suponía nos debían cuidar, defender. 

– Una mujer en el Catatumbo bajo

Sobre la organización y la solidaridad: 

«Entonces ahí vamos, poquito a poco, trabajando con las mujeres y trabajando para nosotras mismas. Siempre serán más las satisfacciones que las penas. Cuando veo que las mujeres que hacen parte de este proceso poco a poco se están poniendo de pie y alzando su voz, me lleno de un orgullo muy grande. Ahí es donde me convenzo de que vale la pena. Y entonces me alisto y salgo corriendo para la asociación, a continuar construyendo este proceso».

– Patricia, de la Asociación de Mujeres del Catatumbo

FUENTE: EL ESPECTADOR


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