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octubre 30, 2018

La trágica historia de abuso de una madre y su hija de cuatro años


Una mujer cuenta cómo sufrió agresiones por años y la manera en la que su pequeña fue abusada.

Nancy Valencia Cardona nació hace 34 años en Itaguí, Antioquia, en un hogar sereno, católico: un padre, una madre, un niño y una niña de ojos verdes y piel blanca como el algodón. Suelta Nancy, revolviendo recuerdos en su mente y secando las lágrimas que llueven por su rostro, que era feliz.

Pero la tranquilidad adolescente se truncó intempestivamente a los 16 años, con la muerte de su madre. Las cosas empeoraron cuando el padre, viudo, decidió iniciar una relación sentimental con su mejor amiga del colegio: “Se me vino el mundo al piso”, recuerda y lamenta. La familia se acabó. El niño, ya joven, emprendió una nueva vida; el papá se entregó a su nueva pareja y la pequeña de algodón quedó a la deriva.

Una amiga de su mamá la invitó a vivir con ella, allí estuvo unos meses pero tiempo después su familia adoptiva se fue de Antioquia, por lo que de nuevo, Nancy –de cabello como el oro–, perdió el rumbo. No había tenido novio, no iba a rumbas, siempre pasaba del colegio a la casa, pero se hallaba sola, y las tragedias suelen arrojar sus redes a los desamparados. 

“Una compañera del colegio me dijo que tenía una tía en Bogotá que trabajaba en un almacén y que allá tendríamos dónde vivir y ahorrar plata”, habla Nancy, justo antes de declarar: “Era mentira”.

En la terminal de transporte del Salitre, en la capital del país, una camioneta la esperaba a ella y a otra joven que también venía a trabajar en el supuesto almacén. El paisaje que le pintaron se oscureció y ya dentro del carro, desconcertada, lloró. –A dónde nos llevan–, le preguntó Nancy a dos desconocidos que dictaron sentencia: –No se hagan las inocentes–.

“Yo de verdad era muy inocente, vengo de una familia muy católica, mi mamá siempre nos cuidó demasiado a mi hermano y a mí”, dice con voz temblorosa. La embutieron en un prostíbulo del sector de Santa Fe, en el centro de la ciudad, y no pudo salir más.

Ella era virgen. Pero como en cada historia trágica, una diminuta luz de esperanza le alumbró el rostro. Juan Pablo, el celador de este sitio, notó de inmediato que la niña de rizos de oro que acababa de llegar estaba en un cuento equivocado. Él la ocultaba como podía para que no fuera a ‘trabajar’.

Mientras tanto, su padre, al no darse por enterado del paradero de su hija, salió despavorido en su búsqueda. Lo hizo en Itaüí, en Medellín, recorrió varios pueblos antioqueños, pero su hija estaba encerrada en un castillo de terror, muy lejos.

Un día, Juan Pablo vio la oportunidad para que su protegida huyera. Un hombre joven, bien vestido y de perfume penetrante, llegó al lugar y se dispuso a ayudarla. Un descuido y ella escapó con él, parecía el fin de una pesadilla, pero no.

Nadie sabe lo que sufrí. Toda la violencia que tuve que aguantar y ¿por qué soportarlo?, nadie entiende el temor que tenía de todo lo que él hacía

“Me cogió y me volvió a encerrar, pero esta vez en la avenida Boyacá entre la calle 53 y la 63, era en una zona residencial, el sitio se llamaba Nigth Club, ahí había menores de edad y los vecinos protestaban por el ruido y las peleas, tanto que el local tuvo varios sellamientos”, recorre en su mente aquellos días Nancy. 

Ese sujeto la prostituyó, la intimidó, se apoderó de ella como si se tratara de un objeto y la hizo su pareja. La niña se hizo mujer a las patadas, literalmente, y, por 14 años, soportó el maltrato psicológico, físico, económico y sexual de este hombre. Tuvo dos hijas con él, y muchos abortos. Su único refugió fueron sus pequeñas, pero le heredó (por su puesto sin quererlo), la tragedia a una de ellas. Quería escapar de ese infierno pero era presa del miedo.

“Nadie sabe lo que sufrí. Toda la violencia que tuve que aguantar y ¿por qué soportarlo?, nadie entiende el temor que tenía de todo lo que él hacía, mi familia no sabe nada de esto. A mí me pisotearon, me tocó quedarme callada porque no tuve a nadie que me defendiera”, suelta con el rostro desencajado antes de darle fuerza al tono de su voz: “Pero hubo algo que me quitó todo el miedo”, se envalentona mientras, de nuevo, seca las lágrimas de su rostro de lana.

Nancy descubrió que en la familia de su pareja obligada, aquel hombre que siendo joven la llevó de un prostíbulo a otro, ocultaba una repulsiva práctica.

FUENTE: EL TIEMPO


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