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septiembre 19, 2025

Mujeres: el mundo nos necesita


Ya no es sólo la figura del padre la que se diluye, sino que la figura de la mujer y de la madre parece difuminarse. Son nuestras propias jóvenes quienes, muchas veces, ya no saben lo que es ser mujer, ni madre, ni lo que ello implica. Y lo que es aún más grave: ya no quieren serlo.
Hace un tiempo circulaba por redes un vídeo que me impactó profundamente. Una joven entrevistadora formulaba una simple pregunta a otras chicas de su misma edad. Una pregunta directa, pero que se quedó sin respuesta: ¿Qué es una mujer? ¿Lo sabéis explicar?

Las respuestas que obtuvo fueron desconcertantes:

— «No, lo que tú quieras».

— «Si te sientes mujer, eres mujer».

— «Uy, no sé, qué pregunta más complicada».

— «Ay, no, no voy a entrar».

— «Identificarse como tal».

— «Pues con ser mujer».

— «No sé…»

Una definición circular que deja al descubierto la gran ausencia de una respuesta clara. Algo tan esencial, tan propio de nuestra humanidad, parece hoy casi inexplicable. ¿Por qué? ¿Qué nos hace realmente ser mujer?

Sin pretender dar aquí una clase magistral (para quién quiera profundizar en el tema, recomiendo el documental de YouTube What is a Woman?), basta recordar que el ser humano nace hombre o mujer, y esta realidad se define desde el momento de la concepción (cromosomas XX o XY). Aunque existen casos excepcionales con alguna anomalía genética, lo cierto es que todas nuestras células están marcadas por nuestro sexo biológico. Todo nuestro cuerpo y también nuestra psique nos hablan de ello.

Y, sin embargo, algo tan evidente y sencillo de explicar –que cualquier niño en la asignatura de Science podría comprender–, al llegar a la adolescencia o a la adultez, parece disolverse. El sentido común y la realidad biológica se ven sustituidos por un sentimentalismo que ignora los hechos.

Ser mujer es algo muy grande. Es un don. Somos las únicas capaces de acoger la vida en nuestro interior, custodiarla y traerla al mundo. Somos unas privilegiadas. Y aunque muchos se empeñen en hacernos ver lo contrario –atacando precisamente nuestra capacidad de dar vida– no debemos olvidarlo: somos un verdadero y auténtico tesoro.

Hace una década se alertaba del peligro social que suponía la desaparición de la figura del padre. El hombre huía de su rol en cuanto se le presentaba la responsabilidad. En un contexto en el que se desligaba la sexualidad de su capacidad procreadora –mediante anticonceptivos, preservativos y el aborto–, al varón se le empujaba a desentenderse de las consecuencias. Con frecuencia, desaparecía al conocer la noticia de un embarazo, o presionaba para interrumpirlo.

Pero hoy el peligro es aún más profundo. Ya no es sólo la figura del padre la que se diluye, sino que la figura de la mujer y de la madre parece difuminarse. Son nuestras propias jóvenes quienes, muchas veces, ya no saben lo que es ser mujer, ni madre, ni lo que ello implica. Y lo que es aún más grave: ya no quieren serlo.

Lo que conocen son titulares repetidos: la falta de conciliación laboral, el descenso de la natalidad, el retraso de la maternidad, la congelación de óvulos como «solución» para no frenar la carrera profesional

Ser madre (y joven) no está de moda.

Hace tiempo que la maternidad dejó de estar de moda. Pero hoy, entre las nuevas generaciones, va calando un relato más contundente:

– «No quiero ser madre, es demasiada responsabilidad.»

– «Ahora es imposible, ya veremos en el futuro.»

– «Si no sé qué hacer con mi vida, ¿cómo voy a saber si quiero hijos?»

– «No quiero traer niños a este mundo.»

– «Si no soy capaz de cuidar de mis plantas, ¿cómo voy a serlo de un niño?»

– «No entra en mis planes. Si acaso, cuando tenga pareja estable, me lo planteo.»

Es evidente que las prioridades han cambiado. Ya no se busca la conciliación porque, simplemente, no hay nada que conciliar. El foco ya no está en formar una familia, sino en aprovechar la juventud: viajes, amigos, crecimiento profesional.

Y sin embargo, quedamos aún jóvenes que apostamos por la maternidad y por la familia, aunque parezca que todo está en nuestra contra. Porque la sociedad no lo pone fácil, ni lo promueve. Basta mirar los presupuestos: en 2024, España destinó 23 millones de euros en ayudas al aborto, y apenas 3,6 millones para apoyar la maternidad. Una diferencia abrumadora.

Es en la familia donde somos amados por lo que somos, no por lo que hacemos o poseemos. Donde encontramos ese amor que permanece en los momentos buenos… y sobre todo, en los difíciles. La familia que se mantiene unida es la que sostiene, la que está siempre.

Y es que más de uno olvida que la juventud no es eterna. Todavía –por mucho que a alguno le pese– no hemos encontrado su elixir. Todos conocemos algún amigo o familiar que ya no está, y abuelos –más o menos acompañados– que agradecen profundamente la cercanía de los suyos. No estamos hechos para vivir solos. No es bueno que lo estemos, nos necesitamos, aunque no siempre lo reconozcamos. La familia es el núcleo esencial de la sociedad. Es allí donde somos educados como primera escuela de amor y de virtudes, donde somos amados, corregidos y formados. Es hogar y ojalá sea también paz.

Queridas jóvenes –y ojalá, futuras madres–: conoced lo que significa ser mujer. Conoced todas las facetas de vuestra feminidad: la erótica, pero también la materna (como nos propone Mariolina Ceriotti en Erótica y materna). Son dos caras de la misma moneda.

Así como valoramos nuestro cuidado personal, desde el plano físico al emocional, la libertad de elegir, emprender o liderar, también llevamos dentro la vocación de cuidar a otros. Nuestra sensibilidad, creatividad, capacidad de acoger, de empatizar, de comprender… Todo eso es propio de lo femenino. Nuestra ternura, nuestra entrega, nuestra gran intuición, nuestra capacidad de dar vida, nos hace únicas y absolutamente indispensables.

Por eso: no temáis plantearos la maternidad. No renunciéis a ella sin haberla conocido de verdad. Con toda su riqueza y, sobre todo, belleza. Con todas sus luces y sus sombras. Y enseñemos esto a nuestras hijas, para que crezcan sabiendo el valor inmenso que tienen, y no duden jamás de su dignidad y de su vocación. Porque, aunque luego se concrete o no en el poder ser madre, la maternidad forma parte de nosotras y se expresa en todo: en el trabajo, en la familia y en la sociedad.

Busquemos respuestas más hondas, que nos llenen el alma y el corazón y nos den sentido. Porque estamos hechas para amar, para dar, para acoger. Eróticas y maternas, inseparables. De otro modo, nos encontraremos insatisfechas, con sensación de vacío y gris rutina. Si no encontramos nuestro sentido: nos perdemos y el mundo pierde la gran belleza que supone el ser mujer.

Y a los hombres…

También a vosotros, hombres, os digo: buscad vuestra verdadera masculinidad. Aquella que protege, que lidera desde el servicio, que sostiene, pero también se deja cuidar. Dejaos complementar por las mujeres que tenéis cerca. No somos competencia. Somos aliadas. Amad con compromiso y con confianza. Huir de la responsabilidad es el primer paso para no madurar nunca. Sed valientes y dejaos querer.

A los padres: alentad a vuestras hijas, cuidadlas, hacerlas sentir orgullosas de lo que son. Sois la primera mirada que confirma a vuestras hijas en su identidad, que buscan en vosotros la validación, admiración que sino buscarán fuera. Vuestra mirada las confirma. Sois su primer modelo de amor, como maridos, padres. Sois el ejemplo de lo que luego buscarán en la vida. Sois insustituibles.

Termino con un grito de esperanza: mujeres, el mundo nos necesita.

Necesita nuestra manera de ver la vida, de cuidar, de decidir con sensibilidad y determinación. Necesita nuestra capacidad de liderar desde la comprensión, con ejemplo y ternura. Nuestra entrega, nuestra sonrisa, nuestra forma de amar. Nuestra feminidad.

No renunciemos a lo que nos hace únicas. No queramos ser un hombre más. Somos mujeres. Y estamos orgullosas de serlo. Juntos, hombres y mujeres, nos complementamos. Somos más fuertes. No hagamos de nuestras diferencias una batalla. Hagamos de ellas una riqueza compartida. Todo nuestro cuerpo habla de nuestra vocación a dar vida. Todo en nosotras está diseñado para ello. Y eso, sencillamente, es un milagro.

Mujeres: no despreciemos el mayor don que se nos ha dado: la capacidad de engendrar y formar nuevas generaciones.

De nosotras depende.

De ti depende.

Miriam Barroso Pons es autora de «Con toda el alma» y creadora de contenido en redes sociales con su cuenta @conlaemede

FUENTE: DEBATE


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