septiembre 17, 2025
Casas Amarantas, donde el cuidado se convierte en resistencia política de las mujeres en Colombia

En Colombia, donde defender la vida tiene un precio muy alto y en 2024 fueron asesinados 157 líderes y lideresas sociales, las mujeres que resisten en los territorios saben que el cuidado también es una forma de hacer política. De esa convicción nacen las Casas Amarantas, espacios feministas y comunitarios de encuentro y sanación colectiva para defensoras de derechos humanos, que hoy enfrentan el desafío de mantenerse abiertas en un contexto global marcado por recortes de financiación a las organizaciones de mujeres.
«Es un lugar donde podemos desarrollar nuestras actividades en confianza, con seguridad y autonomía«, dice Emirmisa Betancourt, una mujer de 66 años, lideresa social que participa en la Casa Amaranta de María La Baja, un municipio ubicado en Montes de María marcado por el calor húmedo del Caribe colombiano.
Las Casas Amarantas surgieron como una iniciativa de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Limpal) en Colombia y se levantaron en territorios atravesados por el conflicto armado, una en María La Baja (Bolívar) y otra en Villavicencio (Meta). Hoy, en medio del ruido de la violencia que no cesa, se escuchan conversaciones sobre proyectos productivos liderados por mujeres, derechos sexuales y reproductivos, círculos de autocuidado y recetas ancestrales.
«Valoro especialmente poder contar con un espacio de juntanza y convergencia donde desarrollar nuestras actividades, encuentros, formación y fortalecimiento organizacional», explica Emir, como la conocen en la comunidad.
Su voz se entrecorta al explicar que lo que más le gusta de este espacio es «el ambiente acogedor, la seguridad, la confiabilidad y la solidaridad del grupo facilitador».

La necesidad de un espacio de cuidados para las lideresas
Colombia ha vivido más de medio siglo de conflicto armado. Según la Comisión de la Verdad, entre 1985 y 2018, 450.664 personas perdieron la vida por causa directa del conflicto armado, aunque las cifras reales podrían alcanzar las 800.000 víctimas. La firma del acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP en 2016 abrió una esperanza, pero pronto nuevas violencias se intensificaron en forma de disidencias de las guerrillas, grupos paramilitares, narcotráfico, economías ilegales o violencia contra las personas que defienden los derechos humanos en el país.
Solo en 2024, según el programa Somos Defensores, 157 líderes y lideresas sociales y defensoras de derechos humanos fueron asesinadas. Una cada dos días.
En medio de ese panorama, las mujeres siguen siendo uno de los rostros más vulnerables y victimizados de la guerra: desplazamientos forzados, violencia sexual utilizada como arma de guerra, amenazas y una sobrecarga desproporcionada de los cuidados en medio del despojo.
«Cuando empezamos a conversar con las mujeres en los territorios, lo primero que nos dijeron fue que necesitaban un espacio para cuidarse entre ellas«, explica a Efeminista la directora del Limpal en Colombia, Diana Salcedo López.
Hace seis años comenzaron a soñar con estas casas, y hace cuatro abrieron las puertas. La idea era ofrecer lugares seguros para lideresas sociales donde el cuidado fuera entendido no como una carga individual, sino como una práctica colectiva y comunitaria.
«Pero también es una apuesta por consolidar cultura de paz en los territorios«, afirma Salcedo, algo «muy necesario hoy en Colombia» para ayudar a disminuir la violencia en las comunidades.
La metáfora que inspira su nombre no es casual. El amaranto es una planta conocida por su resistencia y capacidad de mantener sus flores mucho tiempo, es una planta «que todo el tiempo está en renovación», como el ave fénix.
¿Qué son las Casas Amarantas?
Son espacios de encuentro, cuidado y organización comunitaria, casas abiertas donde conviven la sanación del cuerpo, el fortalecimiento de liderazgos y la defensa de los derechos.
En ellas se dictan talleres de yoga, tapping y meditación, se siembran huertas medicinales, se comparten círculos de palabra, se organizan ferias de emprendimiento y mercados solidarios. Pero también se habla de maternidades, de buen trato, de prevención de violencias basadas en género o de salud mental.
«Es una red de efectos que sostiene el trabajo político», dice la gestora de la Casa Amaranta en Villavicencio, Andrea Mateus Correa, y prosigue, «son espacios donde realmente las mujeres se sienten escuchadas, acompañadas y sostenidas«.

Desde la llanura oriental, Mateus explica que son las propias participantes quienes proponen talleres, encuentros y proyectos, y quienes coordinan el uso de los espacios según las prioridades del grupo y de la comunidad.
Carteles, murales colectivos y pinturas decoran cada rincón y dejan huella de las mujeres que han pasado por esos muros. Todo ello, añade la gestora, está atravesado por una reflexión constante sobre el cuidado.
«Pensamos el cuidado desde la lógica del feminismo, el antimilitarismo, el pacifismo y los derechos humanos. El cuidado es la base de la vida, lo que sostiene toda la vida; el bienestar de la humanidad está allí en el cuidado. Las mujeres históricamente hemos tenido la responsabilidad de cuidar, no solo a quienes están afuera, sino a las comunidades y territorios, y que a veces ese cuidado no se refleja en prácticas individuales», asevera Mateus.

«Ha beneficiado a muchas mujeres en sus proyectos de vida»
En estos cuatro años, alrededor de 2.000 mujeres han pasado por las Casas Amarantas, además de niñas y niños y personas LGTBIQ+, y muchas de ellas han encontrado un espacio para reconstruir sus vidas y fortalecer sus proyectos personales.
«Ha sido una casa que ha beneficiado a muchas mujeres en sus proyectos de vida, porque a través de lo que se hace en Amarantas, muchas han podido estudiar, salir de relaciones de maltrato, prosperar en sus emprendimientos y descubrir habilidades que les permiten emprender», explica Mateus.
Pero el impacto de estas casas va más allá de lo individual. Diana Salcedo resalta que uno de los logros más significativos ha sido generar cohesión social en las comunidades y construir «una narrativa en torno al cuidado».
«No se trata solo de infraestructura o institucionalización de los cuidados, sino de convertirlos en una práctica comunitaria y cultural reconocida«, añade la directora del Limpal.
Sobrevivir en medio de la violencia
Mantener abiertas las Casas Amarantas implica enfrentarse al reto que plantea la conflictividad armada en estos territorios, donde reunirse entre mujeres y organizarse comunitariamente no siempre es visto con buenos ojos por actores armados.
Además, está el constante desafío económico. Transporte, alimentación, materiales pedagógicos y los honorarios de las facilitadoras son algunos de los gastos esenciales para que estas casas sigan funcionando.
«Uno de los mayores retos ha sido sostener la financiación», reconoce Salcedo. Para garantizar la continuidad del proyecto, las Casas han lanzado una campaña de crowdfunding con el objetivo de que la sociedad civil se sume a su sostenimiento económico.
Desde el principio, estas casas «se plantearon como espacios autosostenibles, no dependientes únicamente de cooperación internacional o proyectos externos, sino capaces de gestionarse con apoyos comunitarios», explica Salcedo.

El desafío económico por los recortes a ONGs
El contexto internacional agrava la situación. Un informe de ONU Mujeres de marzo de 2025 advierte que un 90 % de las organizaciones que asisten a mujeres en conflictos y otros contextos de crisis se han visto afectadas por los actuales recortes de financiación a la cooperación internacional. Además, más del 70 % ya ha tenido que despedir personal y casi la mitad suspender programas esenciales. La desaparición o debilitamiento de estas organizaciones no solo pone en riesgo su propia existencia, sino también la vida y los derechos de las mujeres y niñas que dependen de sus servicios.
Aunque ONU Mujeres no precisó cuánto de los recortes se debe a la decisión del Gobierno estadounidense de paralizar drásticamente buena parte de sus programas de cooperación internacional, sí confirmó que la agencia perdió 40 millones de dólares de su presupuesto para proyectos por este motivo.
A pesar de que las Casas Amarantas no reciben recursos de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) desde hace casi una década, Diana Salcedo explica que los recortes recientes en cooperación internacional, en su caso, de países como Suecia y Noruega, han afectado la continuidad de proyectos y la estabilidad de la organización.
«Si no logramos la financiación que se requiere para el próximo año, tendremos que reducir de manera sustancial la acción de las Casas Amarantas, y eso afectaría directamente a las mujeres y a las comunidades», advierte Salcedo.
«Aquí sabemos que el cuidado salva vidas. Pero si no hay recursos, nos veremos obligadas a suspender actividades. Eso sería un retroceso doloroso», conlcuye Mateus.
FUENTE: EFEMINISTA