septiembre 16, 2025
Weapons: terror social basado en la atroz realidad

Weapons, la nueva película de Zach Cregger, no es solo una película de terror, es un espejo incómodo que nos devuelve la imagen de una sociedad que falla en su tarea más básica: proteger a las infancias.
Zach Cregger lo vuelve a hacer con otra de sus películas, esta vez con un tema sensible y contundente: las infancias. Weapons o “La Hora de la Desaparición”, como la titularon en Colombia, es una película de terror social, según mi interpretación. Los elementos más horrorosos e intimidantes del relato se relacionan con cómo la gente procesa una crisis, cómo se comporta frente a la vulnerabilidad y fragilidad de otra persona y con la facilidad con la que una persona menor de edad, desde una etapa muy temprana de su vida, es invisible al sistema.
Empiezo por advertirles que habrá spoilers, así que si quieren seguir aquí, deben saber que hablaré mucho de la trama; si quieren verla primero, guarden la columna para después.
Son las 2:17 a.m. y diecisiete niñas y niños de tercer grado de primaria dejan sus casas corriendo en medio de la madrugada. A la mañana siguiente, su profesora, Justine, llega al salón y solo encuentra a un alumno sentado frente a su escritorio. Pronto, las familias se reúnen para iniciar un proceso de búsqueda. Los medios reportan la situación, la policía se moviliza, todo se transforma en un torbellino y la audiencia siente la ansiedad de la situación. ¿A dónde fueron a parar? ¿Quién es la persona o personas responsables? La agitación del pueblo y la falta de respuesta terminan por poner bajo el ojo del huracán a Justine y a Alex, el único niño que no desapareció. A medida que los días pasan, la tensión aumenta, porque la única sospechosa no parece tener ninguna relación con las desapariciones, pero las familias de las y los menores tampoco quieren dejar esa teoría quieta. Justine empieza a sentir que la están persiguiendo y, conforme aumenta su paranoia, también aumenta su hábito de beber, lo que revela la posibilidad de que estemos frente a una mujer que ha estado luchando con el alcoholismo.
En este punto, lo más aterrador es lo lento que funciona la acción policíaca y estatal. Lejos de poner cada recurso disponible para encontrar al grado tercero, la audiencia ve un esfuerzo por regresar a la “normalidad”; se siente la pesadez en el ambiente, no hay señales de alegría o de celebración; sin embargo, tampoco hay dinámicas colectivas de ninguna clase que estén encaminadas a encontrar a las niñas y los niños que desaparecieron. Tal como ocurre en la vida real, la primera pregunta que se hace la audiencia es: ¿por qué no todo está parado para que toda la gente únicamente se dedique a buscarlos? En cambio, cada personaje parece estar viviendo un drama, que debería ser grupal, desde el aislamiento. Una de las primeras indicaciones de que el terror aquí sí le apunta a un comentario social es la desesperanza que viene del aislamiento. Tanto así, que Cregger divide la película desde puntos de vista diferentes: seguimos a un personaje distinto en cada acto. Semejante acontecimiento, tan grave y que debería sacudir por completo a la comunidad, incluso al país, pasa a ser ruido de fondo. ¿Les suena familiar?
Aprovechemos esta reseña para entender algunas cifras que, de nuevo, el terror social se queda corto en retratar. “En el transcurso de casi 18 meses de guerra, más de 15.000 niños y niñas han muerto y al menos 34.000 han resultado heridos. Por si esto fuera poco, cerca de un millón de niños y niñas han tenido que desplazarse repetidas veces y se han visto privados de su derecho a obtener servicios básicos”, según un reporte entregado en abril de 2025. Esta alarmante cifra del atroz genocidio contra Palestina debería llevar al mundo entero a la pausa, a la lucha, a la denuncia; las infancias no deberían ser usadas como armas, ni como botines de guerra. Lo terrorífico de la película y de nuestro panorama actual es que lo son y, además, nada se detiene frente al inminente exterminio de las niñas y los niños palestinos.
En Colombia la cosa tampoco pinta bien. “Entre 2012 y 2019, 1.954 niñas, niños y adolescentes ingresaron al Proceso Administrativo de Restablecimiento de Derechos (PARD) del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) por ser víctimas de explotación sexual comercial”, según informe del ICBF. Alrededor del mundo, las infancias están en la mira; día a día, una perturbadora e intrincada red que sexualiza y cosifica a las niñas y los niños crece más allá de lo inimaginable. “Las investigaciones internacionales muestran un aumento alarmante en la demanda de material de abuso sexual infantil en línea. En 2021, INTERPOL detectó millones de archivos relacionados con la explotación sexual de niños, lo que evidencia una crisis global en expansión”, explica WeProtect Global Alliance.
En la película, Cregger hace especial énfasis en que no hay colectividad a la hora de tomar acción sobre la desaparición del grado tercero y eso nos confronta a dos de las dinámicas más miedosas de la humanidad: la inacción y la indiferencia. La comunidad deja de buscar porque, en medio de su dolor y frustración, prefieren olvidar o, peor aún, la gente dejó de sentir que aquello que estaba pasando merecía atención. La figura que encarna esa frustración, ese “no rendirse ante la indiferencia”, es Archer, uno de los padres del grado tercero. Hubo una escena que me impactó mucho, justo porque ahí radica la maestría del director, que hace que se nos hiele la sangre: Archer empieza a investigar por su cuenta sobre el paradero de su único hijo. En medio de su investigación, en el video que tiene de su hijo corriendo, se percata de que su trayectoria conecta con la casa de otro niño desaparecido, así que se dispone a pedirle a la familia de este que lo deje ver el video. El padre del otro niño lo deja y Archer continúa marcando la trayectoria de ambos niños. Lo llamativo de esta escena es que, pese al duelo que madre y padre del otro niño llevan —lo vemos en su semblante—, ninguno se une a Archer en la búsqueda. Ambos se quedan viendo por la ventana cómo Archer, a quien parece que la película califica de testarudo, sigue con su tarea. De nuevo, la inacción y la indiferencia como los grandes villanos de las espantosas situaciones que pueden enfrentar los menores desaparecidos. Al parecer, la mayoría de los adultos de la comunidad se han rendido.
Weapons hace también un comentario bastante literal sobre la falta de control de armas en Estados Unidos. Archer tiene un sueño en el que ve un rifle semiautomático, un arma que asociamos con los tiroteos en escuelas. “Desde 1999, al menos 431 personas han sido asesinadas y 1.179 han resultado heridas en tiroteos en escuelas. La mayoría de las víctimas son niños y niñas”, reporta The Washington Post. La película insiste con ese tipo de imágenes para ejemplificar cuán vulnerables son las infancias y lo poco que registramos esa vulnerabilidad de manera conjunta. Lo cual nos lleva al personaje más importante de Weapons: Alex, el único sobreviviente del tercer grado.
Alex es un niño de diez años que se enfrenta a la peor parte de esta historia. Cregger, antes que nada, se encarga de mostrarnos que la relación de Alex con su papá era muy cercana; deja ver que era un padre responsable y amoroso; se podría decir que incluso eran buenos amigos. Todo el drama inicia con una escena muy disidente de la negligencia con la que tratamos a las personas menores de edad: su papá no llega a recogerlo un día, lo cual era algo inusual. Sin embargo, el adulto responsable que queda en la escuela lo deja irse solo; no le hace seguimiento de ningún tipo. La película resalta, con acontecimientos cotidianos, que la minimización de lo que les ocurre a las niñas y niños es lo que resulta en grandes catástrofes como sus desapariciones o, en el caso de Alex, una serie de violencias que pasan desapercibidas.
Sí, así como en Barbarian, esta obra cinematográfica tiene un monstruo. Alguien que no se oculta a la audiencia, alguien que es deleznable, aterrador, manipulador y sádico; no obstante, el director estadounidense, al igual que lo hizo con Barbarian, deja ver que lo más espeluznante de este mundo no es el monstruo per se, sino las dinámicas, las personas y las estructuras que le permiten ser libre por el tiempo en que lo es. Gladys, la bruja, logra lo que logra porque conoce el entorno, la inoperancia de la comunidad, la buena fe también y la vulnerabilidad de un niño que quiere proteger a su familia. Y si prestamos atención, quienes pueden ayudar a que el misterio de las desapariciones llegue a su fin son personas leídas como “inútiles”, “inocentes”, “tontas”, “rotas”: una maestra alcohólica, un hombre drogadicto que vive en las calles, un padre desesperado y un niño traumatizado.
Hay un comentario también sobre la policía, como mencioné antes: la inactividad como una señal de alerta y un escaparate de lo apremiante que puede ser la burocracia frente a problemas que requieren de respuestas inmediatas, además de comentarios generales pero contundentes sobre la brutalidad policíaca y la corrupción en esa entidad.
No es gratuito que la película nos dé su perspectiva particular, de nuevo con el típico ángulo de Cregger, que insiste en que lo más terrorífico no es lo sobrenatural; es el elemento cotidiano que facilita que el horror prospere impune. Gladys personifica uno de los males más grandes del mundo: la crueldad contra las infancias. Con total impunidad inicial, manipula, daña y maldice a un pueblo entero para robarse al grado tercero, tratándolos como objetos. Pero lo que hace aún más aterrador su poder es que nadie la detiene: los adultos que ven en ella algo sospechoso prefieren mirar hacia otro lado, también como un comentario entre líneas: ¿qué puede hacer una anciana? De nuevo, el subestimar a ciertas personas, que también implica no creer en su autonomía, ni en su criterio, ni en su maldad. Todas las señales de maltrato están ahí, pero los policías solo ven a una mujer de la tercera edad. Con esta figura, Cregger señala que lo monstruoso no es solo la violencia directa, sino también la inacción y el abandono que la hacen posible.
Weapons no es solo una película de terror, es un espejo incómodo que nos devuelve la imagen de una sociedad que falla en su tarea más básica: proteger a las infancias. Cregger nos recuerda que los monstruos más temibles no viven en cuevas ni se esconden bajo la cama, sino en la indiferencia, en la burocracia que facilita la violencia y en la incapacidad de actuar colectivamente frente al dolor propio o ajeno. Las desapariciones en la ficción, al igual que las reales que sufren comunidades enteras, ponen sobre la mesa una verdad que parece sacada de una película de terror: mientras sigamos entendiendo a las niñas y los niños como piezas prescindibles, como armas o como botín, el terror seguirá vivo y presente en nuestras vidas, como parte de la realidad cotidiana.
FUENTE: VOLCANICAS