septiembre 3, 2025
Tigray: la guerra contra las mujeres

La violencia sexual fue planificada y sistemática, pensada no solo para humillar y dominar, sino también para borrar el futuro de un grupo étnico entero.
Durante dos años, la región de Tigray, en el norte de Etiopía, fue escenario de una de las guerras más brutales y silenciadas de este siglo. El conflicto, iniciado en noviembre de 2020 y formalmente cerrado con el acuerdo de paz de Pretoria en 2022, dejó al menos 600.000 muertos y más de 2,5 millones de desplazados. Sin embargo, lo más devastador quizá no sean solo las cifras, sino la estrategia que convirtió a las mujeres en un campo de batalla.
Violaciones grupales, embarazos forzados, transmisión deliberada de enfermedades y mutilaciones genitales fueron utilizadas como armas de guerra con un objetivo claro: destruir la capacidad reproductiva de la población tigrayana. Médicos y trabajadores humanitarios narran escenas difíciles de imaginar. En un hospital de la zona oriental, una mujer llegó con fuertes dolores abdominales; al examinarla, los sanitarios hallaron tornillos, escombros y una nota manuscrita en su útero que decía: «Nos aseguraremos de que las mujeres de Tigray no puedan tener hijos».
Ese horror no fue un caso aislado. Enfermeras locales confirman que encontraron más mensajes similares en los cuerpos de otras víctimas. La violencia sexual fue planificada y sistemática, pensada no solo para humillar y dominar, sino también para borrar el futuro de un grupo étnico entero. Según estimaciones regionales, más de 120.000 mujeres fueron víctimas de agresiones sexuales durante la guerra.
En Tigray no hay una sola familia que no haya sido víctima del conflicto resumen las ONG que trabajan sobre el terreno. Madres que han visto morir a todos sus hijos, hombres que asistieron impotentes a la violación de sus esposas, hijas o hermanas. Tres generaciones —abuela, madre y nieta— fueron violadas por soldados eritreos en Shire; hoy, las tres son seropositivas.
La magnitud de la violencia ha dejado cicatrices imposibles de ocultar. Más del 70% de los hospitales de la región fueron destruidos o dañados, lo que obligó a miles de mujeres seropositivas a sobrevivir con medicamentos caducados o sin tratamiento alguno.
Año y medio después del alto el fuego, la situación sigue siendo desesperada. Un tercio del territorio permanece ocupado por fuerzas eritreas y amhara; las tensiones internas del Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF) han fragmentado el liderazgo político, y la ayuda humanitaria llega con cuentagotas. La sequía más grave en dos décadas empuja a más de 4,5 millones de personas al borde de la hambruna.
La educación, símbolo de futuro, también fue atacada. Escuelas enteras fueron utilizadas como cuarteles, sus libros y pupitres quemados. Cuando se reanudaron las clases en abril de 2023, solo el 40% del alumnado había regresado. Hoy, más de un millón de niños sigue fuera del sistema educativo. Muchos emprenden rutas migratorias desesperadas hacia Europa o el Golfo, quedando atrapados en redes de trata en Libia o Túnez, o muriendo en el Mediterráneo.
A pesar de la gravedad de lo ocurrido, Tigray sigue siendo un conflicto olvidado. Mientras la atención mediática se centra en Ucrania o Gaza, líderes religiosos y humanitarios suplican que la comunidad internacional no abandone a Etiopía.
Algunas organizaciones intentan llenar ese vacío. Manos Unidas, Farmamundi y asociaciones locales como Tesfa Hiwot trabajan en programas de salud mental, apoyo económico y formación para mujeres supervivientes. Pero los recursos son limitados. «No queremos que estas familias solo sobrevivan, queremos que vuelvan a vivir con dignidad», insisten desde Farmamundi.
La falta de reconstrucción, la crisis sanitaria y la estigmatización hacen temer una expansión del VIH en toda la región. Durante la guerra, no había preservativos disponibles en los hospitales ni en las ciudades bloqueadas; hoy, miles de mujeres infectadas siguen sin diagnóstico ni tratamiento. «Nosotras no tenemos armas para luchar», resume con amargura un dirigente local de la lucha contra el sida.
Tigray, que antes de la guerra era un modelo en la reducción del VIH en Etiopía, se enfrenta ahora a una posible catástrofe sanitaria. Una «bomba de tiempo» que se suma a la devastación económica, la destrucción de infraestructuras y la fractura social.
El caso de Tigray muestra cómo, en pleno siglo XXI, la violencia sexual sigue utilizándose como un arma de guerra deliberada, orientada a destruir cuerpos y comunidades. Y cómo el silencio internacional agrava esa herida.
Lo que ocurrió en esta región no es solo una tragedia etíope: es una llamada de atención global. Porque si la comunidad internacional permite que las violaciones masivas, los embarazos forzados y la transmisión deliberada de enfermedades pasen desapercibidos, estará legitimando que la guerra contra las mujeres siga siendo la guerra más invisible del mundo.
FUENTE: https://nuevarevolucion.es/