abril 28, 2025
Las mujeres que encontraron un camino para cambiar su vida al salir de prisión

Un proyecto impulsado por el PNUD y el Ministerio de Justicia en la cárcel El Buen Pastor, en Bogotá, promovió la aceptación, la responsabilización y el perdón como un paso hacia el desarrollo social y la reconstrucción del tejido social de las mujeres privadas de la libertad. Esta es la historia de Ángela y Karen, dos de las participantes, que hoy son transformadoras.
Ángela tiene trenzas en el cabello, escarcha en los ojos y una sonrisa que muestra las tristezas y las luchas que la convierten en una mujer más fuerte. Si pudiera describir su alma, Ángela diría que es un jarrón de barro que algún día alguien rompió y volvió a pegar los pedazos con oro puro. Cree en esa imagen porque cuando llegó a la cárcel El Buen Pastor, en Bogotá, a pagar una condena de 13 años, su vida se partió en dos y, después de tocar fondo, resurgió para convertirse en una mujer más valiosa, con su vida pegada en oro.
Mientras evoca los momentos que ha vivido en prisión, de sus ojos brotan lágrimas que se confunden con la escarcha de su maquillaje, pero aclara que ahora llora no por el dolor, sino por la nostalgia y la alegría de saberse fuerte y valiente. “Recuerdo cuando nos hablaron del tema del kintsugi y me dan ganas de llorar porque somos eso. Nos rompemos, pero volvemos y nos levantamos más fuertes. Soy una persona rota por todo lado, pero cuando llegué a este lugar me volví más valiosa”, cuenta Ángela.
La primera vez que escuchó sobre esa técnica fue durante un proyecto de prácticas restaurativas con enfoque de género que puso en marcha el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), junto con el Ministerio de Justicia, con el objetivo de humanizar el sistema penitenciario del país, reconstruir el tejido social y brindar oportunidades de reintegración social a mujeres en varias cárceles del territorio.
Sara Ferrer Olivella, representante residente del PNUD, plantea que la justicia restaurativa “se puede convertir en un pilar clave de la política criminal y penitenciaria en Colombia, especialmente para las mujeres y personas con orientación sexual e identidad de género diversa privadas de la libertad. De hecho, el 96 % de las mujeres cabeza de hogar privadas de la libertad que participaron en las prácticas restaurativas apoyadas por PNUD manifestaron que adquirieron herramientas para construir un proyecto de vida alejado del delito”.
Ángela dice que esa iniciativa cambió el rumbo de su vida y la forma de entender lo que la hizo llegar a una cárcel cuando tenía apenas 19 años y un bebé en su vientre: “Mi vida estaba desorientada. No sabía lo que era pedir disculpas ni pedir perdón. Solo sabía cocinar, barrer y trapear. No sabía expresarme. En la cárcel empecé a consumir drogas, toqué fondo y mis compañeras empezaron a mandarme cartas. Un día me vieron en ese estado y me pasaron de patio. Empecé con un proceso duro”.
Un camino al reconocimiento
En ese proceso, cuenta Ángela, en el que tuvo que aprender a desintoxicar su cuerpo y su vida, llegó el PNUD con el programa Cárceles para la Paz a través de la justicia restaurativa, y a partir de ese momento entendió el por qué de su destino.
“Empecé a reconocer que fui víctima y victimaria al mismo tiempo. Empecé a darme cuenta de que solamente no afecté a la persona que hurté sino que afecté a su familia y a la comunidad. ¡Uy, Dios mío! La embarré. Dañé a mi familia, lastimé a mi madre, a mis hermanos. Los lastimé, y ellos esperaban más de mí. Empecé a entenderlo todo con este programa. Quedé asombrada”, cuenta Ángela sobre los inicios de su nueva vida.

Ángela y Karen son dos de las mujeres que participaron en el proyecto de prácticas restaurativas de PNUD y el Minjusticia.
Foto: Óscar Pérez
El programa contempla tres fases: aceptación, responsabilización y reparación. Para lograr que las mujeres acepten el delito que cometieron, preparen su proceso de resocialización y entiendan la responsabilidad de sus actos, el proyecto se enfoca en acciones restaurativas mediante talleres y capacitaciones. La idea es que las mujeres tengan alternativas simbólicas para reformar su paso por la cárcel, reconstruyan su tejido social y reparen a sus víctimas, empezando por ellas mismas.
Para eso, Ángela tuvo una primera etapa en la que se reconoció como una víctima desde las cosas que pasaron en su crianza e incluso desde la época de sus abuelos y sus padres.
“Empecé a reconocer que también fui víctima y me di cuenta que era una cadena que tenía que romper. Cuando era niña, a mi tío casi lo matan por robarlo, pero luego me di cuenta de que ahora era yo la que estaba haciendo daño. Todo estaba en mis narices, pero nunca me había dado cuenta de mi error. Con este curso de prácticas restaurativas fue que supe que la había embarrado, pero también me di cuenta de que nunca tuve la oportunidad de sentarme a hablar con una persona y que me explicara lo que estaba bien y lo que estaba mal. Entendí que lo que no se puede con las fuerzas de uno, se puede con las fuerzas de Dios”, recuerda la mujer.
A ese contexto le apunta el proyecto del PNUD y el Minjusticia: la necesidad de transformar la desigualdad que lleva a que las personas cometan algunos delitos. Y a eso se le suma que no se puede pensar en el desarrollo del país si no existen condiciones humanas suficientes y dignidad para las personas privadas de la libertad.
En el caso de Ángela, por ejemplo, relata que lleva nueve años en la cárcel, pero nadie nunca le había explicado lo que había hecho, y mucho menos la necesidad de pedir perdón. “En este curso aprendí la necesidad de reparar. Le hice una carta al señor por el que estoy pagando este proceso. Le dije que me disculpara y le pedí perdón a su familia y a la comunidad porque les hice daño al robar el supermercado. Empecé a aceptar las cosas. A perdonarme a mí misma, a entender que tengo que escuchar a las otras personas, aprender a soltar las cosas, que merecemos una oportunidad”, reflexiona Ángela.
Ese proceso también la impulsó a reconciliarse con su familia. “Quería ser una nueva Ángela, que aunque estuviera en la cárcel, mi mamá se sienta orgullosa de mí. Una vez tuve un reencuentro familiar después de no verlos por ocho años. Ellos nunca venían porque a mi familia le da miedo la cárcel. Esa vez me trajeron a mi hermano, a mi hermana, mi papá, mi mamá, mi hijo y yo les había hecho una carta de perdón. Les empecé a expresar que, por favor, me perdonaran. Le dije a mi hijo —a quien lo dejé de cuatro años— que me perdonara, que no lo quise dejar solo. Y él me decía: ‘Tranquila, mamá, yo te amo’. Gracias a este programa, le pedí perdón a mi familia, me perdoné a mí misma, perdoné muchas cosas”, agrega mientras saluda: “¡Ella es Karen! Amiga bella”.
“No lo volvería a hacer”
Karen llegó hace cuatro años a la cárcel El Buen Pastor. Hoy dice que fue por un error que cometió en su “vida pasada”, la misma vida en la que se reconocía como una persona de “mal genio, con un temperamento fuerte y egoísta”, pero pareciera que de esa vida queda poco o nada, porque su sonrisa, su carisma y su energía dejan ver una mujer más feliz.

Karen Castiblanco lleva cuatro años privada de la libertad. Actualmente está en la cárcel El Buen Pastor, en Bogotá.
Foto: Óscar Pérez
“Este curso nos ayuda a tener más fortaleza en nuestro corazón, aceptación de uno mismo, perdonar, limpiar nuestra alma, tener empatía y ponernos en los zapatos del otro. Por eso es importante que este curso sea parte de la inducción al entrar a la cárcel”, dice.
En su proceso de entender, aceptar y perdonar, Karen adoptó una nueva personalidad. “Antes no sabía decir las cosas. Lo hablaba ofensivamente. Ahora no. Ahora digo las cosas de pronto sabiendo que te voy a herir el corazón y debo cuidar tu corazón”, explica.
Entre las lecciones más grandes que resalta Karen está la fuerza para no volver atrás. “Yo no lo volvería a hacer. Eso ya quedó en mi pasado. Esa fue mi lección y no volvería a esos pasos. Me siento como una nueva persona, alguien nuevo. Soy más comprensiva. Cambié mucho”, agrega y sonríe.
Ángela, por su parte, se considera una mujer diferente. “Una mujer emprendedora, luchadora, fuerte, guerrera. Tengo otra expectativa de vida, de las personas y de lo que pasa a mi alrededor. Tomé consciencia y asumí la responsabilidad de mis actos, de lo malo y de lo bueno. Ya lo estoy pagando y lo voy a hacer de la mejor manera. Voy a sacar lo mejor de mí, voy a aprender cosas y voy a sacarle provecho a esto. Cuando salga quisiera ser odontóloga. También me gustaría enseñar, entonces quisiera ser profesora”, asegura entusiasmada.
Ambas están convencidas de que afuera de la cárcel las espera una nueva vida, la misma que han estado construyendo aunque sea dentro de sus celdas.
FUENTE: EL ESPECTADOR