abril 24, 2025
“Colombia necesita continuidad con los derechos de las mujeres”: CLADEM

La Plataforma de Acción de Beijing, la agenda global más completa por los derechos de las mujeres, cumple tres décadas. ¿Qué ha pasado desde entonces en Colombia? ¿Qué se ha cumplido? ¿Qué sigue siendo promesa? En entrevista, Milena Páramo Bernal, coordinadora regional de CLADEM, hace un balance.
En 1995, 189 países firmaron la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, una hoja de ruta global para avanzar en los derechos de las mujeres. Esta es considerada uno de los planes más completos para alcanzar la igualdad de género. Han pasado 30 años desde entonces, y aunque hay avances, también persisten desigualdades profundas.
En Colombia, ese compromiso abrió las puertas a avances legales, de políticas públicas y del reconocimiento de las violencias que históricamente han afectado de manera diferencial a las mujeres y niñas. Sin embargo, las cifras de las últimas décadas también revelan que el camino hacia esa igualdad sustancial que busca la Declaración de Beijing aún está lejos de alcanzarse.
En entrevista con El Espectador, Milena Páramo Bernal, abogada feminista y coordinadora regional del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (CLADEM), hace un balance entre los logros, los pendientes y las tensiones que persisten en la implementación de estos compromisos en el país. Con más de 25 años de experiencia en derechos humanos y género, ofrece una mirada crítica sobre el papel del Estado, la falta de continuidad en las políticas, la urgencia de garantizar recursos y autonomía institucional, y el rol que las feministas han desempeñado como veedoras de esta hoja de ruta global.
Para empezar, ¿cómo explicaría qué fue la Plataforma de Beijing y por qué sigue siendo tan importante hoy?
Fue un hito, sin duda. Fue un punto de llegada pero también de partida. Veníamos de tres conferencias mundiales anteriores, y en Beijing se logró concretar una agenda que sigue siendo la más representativa, la más acordada entre países. No se ha logrado nada igual, de esa magnitud, desde entonces.
La plataforma estableció 12 esferas de atención o de preocupación, en las que los gobiernos se comprometieron a desarrollar políticas y programas. Incluían temas que van desde participación política hasta educación, salud, violencias y pobreza. Si uno hace un balance equilibrado, puede encontrar que eso relativamente se cumplió.
Beijing fue una agenda muy completa para su época y hoy nos sigue hablando de asuntos que siguen siendo sensibles y vitales para los derechos humanos de las mujeres. Es aún fundamental para la agenda mundial feminista y por nuestos derechos.
¿Y cuál era ese “norte” o nucleo fundamental que le da la vigencia hoy?
El centro, ese norte, era, y sigue siendo, la lucha contra la discriminación. Hace 30 años, los datos mostraban que había una desigualdad sustantiva y hoy esa discriminación estructural hacia las mujeres sigue ahí. Entonces hubo todo un desarrollo conceptual sobre la igualdad. Y si uno lo mira más filosóficamente, tiene que ver con la dignidad. Como decía Simone de Beauvoir: “no queremos seguir teniendo una ciudadanía de segunda”. La propuesta sigue siendo pertinente: hablar de igualdad, hablar de los factores que hacen que las mujeres no logremos ese equilibrio frente a los varones.
Cuando Colombia adoptó la plataforma, ¿se comprometió con los 12 ejes o solo con algunos?
Hubo países que firmaron toda la agenda y después pusieron asteriscos. Colombia firmó la agenda completa y luego hubo interpretaciones nacionales sobre lo que significaba avanzar en cada objetivo estratégico. Pongo un ejemplo: en participación laboral, hay avances, sí. Pero si haces zoom, ves que esa participación tiene problemas: sectores precarizados, bajos salarios, escasas posibilidades de ascenso, falta de corresponsabilidad en el trabajo doméstico. Entonces, un Estado como Colombia puede decir “hemos avanzado”, y nosotras [las organizaciones feministas] decimos: “sí, pero…”.
¿Cuáles han sido los principales avances en Colombia en la implementación de la Plataforma de Acción de Beijing?¿Hay alguna política pública o legislación que usted destacaría como resultado directo o al menos influenciado por la plataforma?
Hubo cambios estructurales en la región. En Colombia, la Constitución del 91 fue clave para la adopción de compromisos internacionales por los derechos de las mujeres, no solo Beijing, también se firmó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (Cedaw) y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida como Belém do Pará.
Entonces los cambios y avances han sido muchos. Si me piden ver el vaso medio lleno, te diría que hoy hay, por ejemplo, mayor acceso de las mujeres al mundo laboral y educativo; avances en salud sexual como el derecho al aborto; y leyes que reconocen y sancionan violencias que antes no se nombraban como la violencia doméstica o los feminicidios.
Hace 30 años no había mecanismos de protección ni institucionalidad pensada para nosotras. No se hablaba de la violencia en el conflicto armado. Todo eso ahora está en la agenda. Pero si me piden ver el vaso medio vacío… bueno, ahí hay muchas cosas: lo que no se hizo, lo que no se hizo bien, lo que se retrocedió. Es importante mirar las dos caras.
¿Qué mujeres han quedado más rezagadas?
Las afrodescendientes, las indígenas, las campesinas. En Colombia no es lo mismo vivir en Bogotá que en una zona rural. Beijing sin decir “interseccionalidad”, ya reconocía condiciones diferenciadas. Y aunque hemos logrado avances generales como que hoy en educación superior las mujeres se gradúan más que los hombres, si preguntas cuántas rectoras de universidad hay, cuántas mujeres afro o indígenas están en el Congreso, la respuesta es otra. Ahí vemos a quiénes seguimos dejando por fuera.
¿Ha existido un seguimiento real a los compromisos de Beijing en el país? ¿Qué papel han tenido las organizaciones feministas y de mujeres en ese proceso?
Fundamental. Las feministas hemos sido clave tanto para que se lograra la construcción de la agenda de Beijing como para hacerle seguimiento durante estas décadas. En Colombia, al principio hubo un seguimiento más articulado entre organizaciones. Después se han hecho alianzas para monitorear lo que hacen los Estados. Pero claro, el cumplimiento también depende de los gobiernos. Y en Colombia hemos tenido gobiernos con compromisos muy distintos con las agendas sociales y de mujeres. Además, el conflicto armado siempre ha sido un telón de fondo que lo atraviesa todo.
En ese sentido, la implementación de la política depende de la voluntad política de cada gobierno. Sin embargo, ¿cómo evalúa la capacidad institucional del Estado colombiano para garantizar el cumplimiento de esta agenda?
La voluntad política es fundamental. En Colombia y en América latina en general, el problema es la continuidad. Hay preocupaciones, como la vida y los derechos de las mujeres, que deberían ser temas de Estado y no de gobierno. Aunque nadie diga explicitamente que no les interesa, hay una mirada muy patriarcal sobre la posición de las mujeres en la sociedad.
Entonces, para hablar sobre capacidad institucional y la falta de continuidad, pongo de ejemplo el actual Ministerio de la Igualdad. En 30 años el mecanismo estatal ha cambiado. Colombia empezó con una figura que se llamaba DINEM, si no estoy mal, que era una dirección para los asuntos de la mujer, después vino la Consejería presidencial, que duró muchos años, y actualmente tenemos el Ministerio.
Tiene cosas buenas, sí. Es un paso adelante pasar de una dirección o una consejería a un ministerio. Tiene más jerarquía y más recursos. Pero también hay problemas: ejecución, continuidad, diseño institucional. A mí me preocupa mucho que no tenga todo lo que debería tener un buen mecanismo: autonomía política, presupuesto real, equipos técnicos y políticos, capacidad de seguimiento. Hoy, el Ministerio de la Igualdad no lo tiene.
¿Qué hay que priorizar, bajo los lentes de Beijing, para los próximos años?
La verdad, no es fácil priorizar. Pero yo diría que hay tres temas centrales: igualdad, violencias y cuidados. Los cuidados, sobre todo. Pasar de hablar de “economía del cuidado” a hablar de “sociedades del cuidado”. Reconocer que todas y todos cuidamos, y necesitamos ser cuidados. Que eso tiene valor, que debe estar en el centro.
También hay que incorporar los temas ambientales. Las mujeres que defienden el ambiente están muy expuestas, amenazadas, y esa agenda no ha tenido el lugar que debería. Y, no menos importante, el cambio cultural. Todavía hay imaginarios que justifican violencias. El feminismo ha logrado mucho, pero todavía falta. Las cifras de feminicidio no bajan. La violencia sexual, la trata, siguen. No es solo tener leyes, es transformar realidades.
Y para cerrar, ¿qué le diría a las nuevas generaciones, en especial a las feministas?
Hablamos mucho de eso entre nosotras últimamente. Hoy hay muchas más mujeres jóvenes que se identifican como feministas. Eso es buenísimo. Pero también hay que conocer la historia. Saber qué se ha hecho, cómo se ha luchado, qué alianzas se han tejido.Y hay algo que me preocupa muchísimo: el desencanto con la democracia. Hay jóvenes que dicen que les da igual vivir en democracia o no. Y eso es peligroso. Porque ha sido en democracia que las mujeres hemos logrado derechos.
También me preocupa la derechización de algunos jóvenes varones. Hay grupos en redes que alimentan discursos contra las mujeres, contra la igualdad. Eso está creciendo. Entonces sí, necesitamos diálogo entre generaciones. Necesitamos enamorar a las nuevas generaciones con los procesos feministas, con lo que hemos hecho. Porque esta agenda es una de justicia social.
FUENTE: https://www.msn.com/