abril 21, 2025
La caída de los nacimientos en Colombia refleja el cambio cultural frente al deseo de ser madre

La autonomía que ejercen las mujeres rompe con el imaginario de la maternidad como único destino
Las mujeres colombianas se están replanteando su relación con la maternidad. La reducción de los nacimientos – que suma 7 años consecutivos y llevó en 2024 a tener menos de 500.000 nacidos por primera vez desde que existe registro – refleja una de las transformaciones más relevantes en el país en el primer cuarto de este siglo. Solo el 16% de las mujeres entre 15 y 49 años quiere tener hijos, la mitad de las de hace una década; la esterilización femenina ha aumentado en cerca de 15 puntos porcentuales desde 1990 y las mujeres planifican considerablemente más que los hombres, según datos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de 2025.
La reducción de la tasa general de fecundidad, que mide el número de nacimientos por cada 1.000 mujeres entre los 15 y 49 años, se da en todos los grupos de edad, aunque es más pronunciada en las adolescentes de 15 a 19 años: de 79,6 en 2005 pasó a 32,3 en 2024. El número de hijos que, en promedio, se calcula que tendrán las mujeres al final de su vida reproductiva, ha bajado de 2,2 en 1998 a 1,1 en 2024.
Las cifras muestran, en esencia, que las mujeres están decidiendo sobre sus cuerpos y sus vidas con más libertad. La concepción de ser madres como único destino ha perdido preeminencia en el imaginario femenino, un cambio que ha tomado fuerza a partir de una conciencia cada vez mayor sobre los derechos sexuales y reproductivos, y un acceso creciente a los métodos anticonceptivos.
Parte de esa transformación se origina en los colegios. Según la encuesta, los maestros y maestras representan cerca del 70% de las fuentes de información sobre sexualidad, mientras las familias representan apenas el 12%, una muestra de que los jóvenes encuentran en los colegios la orientación que es esquiva en sus hogares.
La ley establece la educación sexual como un proyecto pedagógico obligatorio desde hace 20 años, y la ley de convivencia escolar de 2013 exige de manera más explícita una formación que permita reconocer esos derechos y facilite “tomar decisiones asertivas, informadas y autónomas para ejercer una sexualidad libre, satisfactoria, responsable y sana en torno a la construcción de su proyecto de vida”. En 2014, la política de sexualidad, derechos sexuales y reproductivos actualizada “consolidó la educación sexual integral como parte esencial de los currículos escolares, incluso a pesar de que no exista una asignatura específica”, subraya la reconocida organización Profamilia.
Ese impulso ha traído una mayor claridad sobre la autonomía y confidencialidad que se puede ejercer desde los 14 años, la edad mínima legal para dar el consentimiento sexual. “Incluye la decisión de tener hijos o no, cuántos hijos tener o el espacio entre ellos, y la posibilidad de escoger el método de planificación sin interferencia de los padres. También el derecho más reciente a la interrupción voluntaria del embarazo [que se puede ejercer hasta la semana 24 de gestación]”, explica Luis Miguel Bermúdez, profesor del colegio público Gerardo Paredes de Bogotá, donde la educación sexual es una asignatura.
Así, la conciencia sobre los derechos ha ganado terreno frente a las creencias tradicionales e incluso frente a los sesgos de género en las familias. “La sociedad ha culpado a las mujeres o las ha hecho sentir de segunda categoría al elegir no tener hijos. Cuando el tema llega a la escuela, se empieza a mostrar que esas recriminaciones son violencias de género: obligarlas, decirles solteronas o egoístas es violencia de género. Esto concientizó a los varones, pero fundamentalmente les quitó la culpa a las mujeres”, relata Bermúdez, finalista en el Global Teacher Prize en 2018 por ayudar a reducir el embarazo en adolescentes con su proyecto educativo.
Otro cambio que explica la transformación cultural se ha dado en los servicios de salud. El plan obligatorio cubre métodos anticonceptivos que van desde dispositivos intrauterinos, implantes subdérmicos, o píldoras y preservativos hasta la esterilización femenina y masculina. Aunque persisten inequidades entre zonas urbanas y rurales – el Tribunal Administrativo de Cundinamarca le acaba de ordenar al Estado implementar estrategias para informar a las poblaciones más apartadas sobre la píldora del día después – han aumentado los esfuerzos por romper las barreras de acceso y ofrecer mejor información.
“Desde hace varias décadas, Colombia muestra un incremento en el uso de métodos anticonceptivos modernos. Es un resultado esperado”, señala Ana Cristina González, médica y doctora en bioética. “La baja de natalidad es un fenómeno en el mundo entero. Acá ha sido un proceso evolutivo, no se ha dado de la noche a la mañana”, agrega.
Las mujeres también están postergando su maternidad. La edad media para tener al primer hijo aumentó de 22,7 años en el 2005 a 24,4 años en 2024. A pesar de que persisten brechas laborales frente a los hombres, su mayor participación en el trabajo remunerado influye en la decisión. “Muchas veces postergan la maternidad para que su carrera no esté atravesada por esas barreras. Siguen siendo las responsables casi exclusivas del cuidado y la licencia de maternidad todavía genera estigmas”, añade González.
Para la cofundadora de la mesa por la vida y la salud de las mujeres, un colectivo feminista activista que defiende sus derechos sexuales y reproductivos, la sociedad debe reinventarse a partir de una nueva realidad que supone la baja de nacimientos. “Ha habido una lucha muy grande para que las mujeres dejaran de tener más hijos de los que querían o de los que podían tener para superar la pobreza y vivir vidas más plenas”, resalta.
El doctor en ciencias del comportamiento y docente de la Universidad EAN en Bogotá, Luis René Bautista, concuerda. Dice que, en lugar de satanizar la decisión de las mujeres, la sociedad se debe alistar para el gran cambio“En lugar de presionar a la gente para que tenga hijos, debemos prepararnos para los cambios que se avecinan, por ejemplo, en el sistema educativo o pensional”, señala.
Ese reajuste pasa por considerar el desafío de ejercer la parentalidad en un entorno en el que crece el agotamiento por lo que algunos describen como un deporte de alto riesgo por la falta de un empleo estable, ingresos suficientes y tiempo para criar con tranquilidad. “Esto deja el interrogante sobre qué mejoras de carácter estructural hay que hacer para que las familias –no solamente las mujeres– puedan tener los hijos que quieran”, puntualiza González. La caída de la natalidad plantea retos ajenos al cuerpo de las mujeres.
FUENTE: EL PAIS