abril 16, 2025
Rosalind Franklin, la científica brillante que el patriarcado anuló

La científica Rosalind Elsie Franklin, nacida el 25 de julio de 1920 y de cuyo fallecimiento se cumplen 67 años este 16 de abril, fue un claro ejemplo de desigualdad de género en un mundo dominado por el patriarcado. Y es que, a pesar de sus arduos y brillantes años de trabajo que la llevaron a descubrir la estructura del ADN, no fue reconocida por ello, lo que anuló durante mucho tiempo su importantísima contribución al campo de la ciencia.
Y es que el descubrimiento de esta científica fue usurpado por sus compañeros de investigación y laboratorio, James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins quienes, además de apropiarse de su trabajo, en 1962 recibieron el Premio Nobel de Medicina sin el justo crédito a Rosalind ni mención alguna a su investigación.
Para ellos era casi siempre «Rosy» -apodo con el que se referían a Franklin a sus espaldas-, un tono condescendiente y de menosprecio que evidenciaba sus prejuicios y reticencias hacia la plena igualdad de las mujeres científicas. En palabras de James Watson, en su libro de memorias llamado La doble hélice:
«Por desgracia a Maurice no se le ocurría ninguna forma decente de despedir a Rosy. Para empezar, le habían dado a entender que el puesto se lo daban para varios años. Y era innegable que tenía un buen cerebro. Solo con que lograse mantener sus emociones controladas, había grandes posibilidades de que fuera una verdadera ayuda. (…) De modo que el verdadero problema era Rosy. Era inevitable pensar que el mejor lugar para una feminista era el laboratorio de otra persona.».
La eterna invisibilización de las mujeres en la historia
Según la RAE, la palabra éxito se define como: “el resultado feliz de un negocio o actuación”. Sin embargo, dicha definición no se ajusta siempre a la realidad cuando hablamos de mujeres, pues, a lo largo de la historia, el patriarcado ha impedido reiteradamente que muchas de ellas pudiesen celebrar y visibilizar sus triunfos, como en el caso de Rosalind Franklin. Una exclusión y una falta de reconocimiento intelectual a la que la historiadora estadounidense Margaret W. Rossiter puso nombre en 1993: el “Efecto Matilda”.
A pesar de que Rossiter acuñó el término de “Efecto Matilda” en honor de la activista Matilda Joslyn Gage, lo que “le pareció apropiado para este efecto porque la sufragista del siglo XIX fue una de las primeras en denunciar este fenómeno”, según declaraciones de la historiadora a la BBC en 2021, sin duda Rosalind Franklin es uno de sus ejemplos más paradigmáticos.
Es importante señalar que este sesgo de género, capaz de «apagar» los logros femeninos, fue aún más común en el mundo de la ciencia, lo que condujo a que el nombre de muchas mujeres se borrase de los libros de historia o figurase en ellos en la categoría de “secretarias, aprendices o ayudantes”, aunque fuesen técnicas e investigadoras de primer nivel, como lo fue Franklin.

Fotografía del busto de Rosalind Franklin en la Universidad de Medicina que lleva su nombre en Chicago. Cortesía de Rotblatt Amrany Studio.
La mujer que descubrió el complejo mapa de la vida
Nacida en Londres, en el seno de una familia judía, numerosa y acomodada, Rosalind Franklin pudo formarse ampliamente en instituciones de prestigio. Algo que no realizó sin complicaciones pues, su padre, reacio en un principio a que estudiase Ciencias Experimentales, le retiró durante un tiempo la ayuda económica que precisaba.
Finalmente se graduó en Física y Química en 1941 y, cinco años más tarde, tras la II Guerra Mundial, Franklin puedo realizar su tesis doctoral. Después, y tras una estancia de cuatro años en el Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado de París, donde pudo aprender todo lo necesario sobre la llamada “técnica de difracción de rayos X”, Franklin volvió a Inglaterra, obteniendo plaza en el King’s College de Londres como asociada en la Unidad de Biofísica del Consejo de Investigación Médica, donde terminaría desarrollando su trabajo sobre el ADN y su estructura tridimensional.
A pesar de que había mujeres en el King’s College, la institución mantenía un ambiente patriarcal y conservador, impidiéndoles moverse o trabajar en igualdad. De hecho, ellas tenían destinado un «cuchitril deprimente», según sus propios compañeros, pues no podían comer ni tomar café en el comedor general, que solo permitía el acceso a los hombres.
Según Miguel Vicente, profesor ‘ad honorem’ del CSIC, en su artículo La dama ausente: «en esos años, a las mujeres Cambridge no se les otorgaba el grado de licenciadas, no las consideraba parte del claustro y limitaba el número de doctorandas a un 10 % como mucho».
Misoginia, paternalismo y descrédito profesional
En aquel King’s College de Londres, Franklin trabajó en la estructura del ADN junto a un estudiante, un doctorando llamado Raymond Goslind. Allí, y gracias a su trabajo constante, Rosalind pudo ver el ADN antes que nadie gracias a la llamada «Fotografía 51», una captura que ella misma realizó y en la que se evidenciaba que el ADN tenía forma de doble hélice.
Dicho mérito sería el que usurparan poco tiempo después sus compañeros, todos varones, los cuales no solo desestimaron su autoridad construyendo con su descubrimiento su «propia» visión sobre la estructura del ADN, sino publicando sus conclusiones más tarde en la Revista Nature y dejando las de la propia Rosalind relegadas a un tercer puesto en la misma edición, publicada el 25 de abril de 1953.
Casi una década después, en 1962, Maurice Wilkins, Watson y Crick recibirían el Premio Nobel sin mencionar siquiera a su compañera, como una muestra clara de su misoginia y del paternalismo que ejercieron sobre ella.
Cabe destacar al respecto este otro comentario de James Watson en su libro, que revela cómo, en el caso de las mujeres, la inteligencia y la profesionalidad nunca eran suficientes: “Cada vez resultaba más difícil lograr que Maurice dejara de obsesionarse con su ayudante, Rosalind Franklin”, y donde con el adjetivo despectivo de “ayudante” quiso, además, invisibilizar que se trataba en realidad de una igual.
El reduccionismo sexista que «borró» a Franklin
Rosalind Franklin moriría el 16 de abril de 1958 en Chelsea, Londres, por un cáncer de ovario, probablemente consecuencia de su alta exposición a la radiación, como ya le sucediera a Marie Curie.

Foto de la figura de Rosalind Franklin, cedida por Rotblatt Amrany Studio, en University of Medicine and Science, Chicago, Illinois.
Tras ella, una carrera marcada por la excelencia y por una flagrante injusticia histórica: que su éxito no pudiese tener ese final feliz que define la RAE por el hecho de ser mujer, borrándose su contribución de los libros y relatos científicos, y quedando reducida por sus compañeros a valoraciones de corte sexista.
Para el recuerdo dejaría James Watson en sus memorias sus propias impresiones sobre su compañera y gran pionera de la investigación:
«Estaba decidida a no destacar sus atributos femeninos. Aunque era de rasgos enérgicos, no carecía de atractivo, y habría podido resultar muy guapa si hubiera mostrado el menor interés por vestir bien. Pero no lo hacía. (…) Era evidente que, o Rosy se iba, o había que ponerla en su sitio. Era preferible lo primero, porque, dada su actitud beligerante, a Maurice iba a costarle mucho mantener una posición dominante que le permitiera dedicarse sin estorbos al ADN».
En aquel mismo libro, publicado en 1968, Watson incluiría en su epílogo unas palabras de elogio a Rosalind Franklin por su prolífico trabajo con el ADN y otros temas, como el virus del mosaico del tabaco; pero también por su entereza, recalcando, incluso, cómo siguió trabajando ya enferma y sin una sola queja hasta casi el día de su muerte. Como si su «entrega» fuese digna de admirar por su «naturaleza femenina», pero insuficiente para alcanzar una verdadera grandeza y profesionalidad.
FUENTE: EFEMINISTA