Menú

Entérate

abril 1, 2025

DESDE ESTA ESQUINA: EL MAYOR ACTIVISMO ES ESTAR VIVA


¿Hasta dónde llega el activismo cuando es la vida la que empieza a ponerse en juego? La Juana Torres reflexiona sobre el peso del activismo y sus límites sobre la vida en el Día de la Visibilidad Trans.

Últimamente, de bruces contra el tiempo y preguntándome por muchas cosas en cuanto al ser visiblemente trans en este país, he llegado a una de esas calles sin salida: ¿dónde queda mi vida como una mujer trans cuando ya no puedo pelear todo el tiempo por sostener un discurso político, una apuesta activista y una confrontación directa entre mi cuerpo, mi dolor y mis denuncias con un entorno cada vez más desolador?

Parece que nos hemos olvidado de que todo tiene un costo para nosotrans, y es justamente frente al mismo donde quiero desahogar que mis apuestas se han transformado en una necesidad profunda por habitar mi identidad, mis deseos, mi transición político/hormonal y mis desesperanzas desde otro lugar: uno menos expuesto a esa mirada tóxica y agotadora de una imagen siempre inspiradora, fuerte, resistente, abnegada frente a la violencia, persistente.

Ahora más que nunca soy consciente de lo que significa esto de defender nuestras vidas como si no hubieran límites en ello, como si ser una persona trans estuviera en una ecuación monstruosa de darse contra el mundo porque no tenemos de otra. Pero también, ¿a quién le reclamamos por ese agotamiento profundo de lo que todo esto conlleva? ¿Al estado, a la sociedad transfóbica que nos rodea, a nuestrxs amigxs, al feminismo, a quién?

Por ello, comprender el valor de mi salud mental hacia su fractura lenta y grotesca, su destrucción en la mitad de un panorama donde parece que todo lo logrado en los últimos años se derrumbara sin vuelta atrás. Claramente hablar de ese dolor trans-travesti en cuanto a tanta incertidumbre implica pararme en la escritura como el único refugio que tengo y gritar así, explícitamente, que está bien no poder más.

En ese sentido, ¿acaso desaparezco cuando ya no puedo más? Si mi cuerpo no está en función de una apuesta política, reivindicada, si no soy coherente con la entrega colectiva, con la sobre-exposición, con el hecho de que lo personal es político, entonces, ¿mi voz qué significa frente a esa exigencia que parece atravesar por una instrumentalización inagotable por convencernos de que movilizar nuestras necesidades se traduce en llegar hasta las últimas consecuencias? Incluso, arrastrando nuestra peleada humanidad, nuestras heridas, nuestros deseos legítimos, nuestra vida.

Y me niego a ser parte de eso, porque ya no creo en un feminismo, en una corriente activista y en un discurso político que exija una entrega permanente, un voto donde no exista una conversación frente al cuidado colectivo, frente a la importancia de detenerse o más aún, frente a cómo pedir ayuda cuándo parecemos hundirnos en esa entrega absoluta, irreflexiva, que ubica el dolor, el sufrimiento propio y las desigualdades que nos atraviesan por delante, sin la garantía de que, después de eso, podremos estar bien.

A su vez, decir esto, un día en el que ser visiblemente trans es un recordatorio de que muchxs no regresaron de esa guerra y que fue esa guerra la que nos prestó un cielo rojo para volar a lxs de ahora, puede resultar contradictorio. Pero abrir una puerta a la auto-preservación, mirarla, comprenderla y abrazarla desde un lugar en el que nos señalan que “no damos suficiente”, porque no sabemos “lo que es vivir en la oscuridad”, me parece un argumento alejado de lo que resulta estar aquí, con un pie en contextos donde la extrema derecha crece, dónde nos siguen matando y violentando y donde arrancar derechos y privarnos de lo logrado, termina diciéndonos que toca poner el cuerpo, la vida, nuestras voces y nuestras desilusiones al servicio de una causa que rara vez nos devuelve el cuidado que damos.

Por lo tanto, ¿nos corresponde dar la cara, como buenas trans-existencias que somos? ¿Y hasta qué punto podemos llegar? Es la espina que atraviesa esta reflexión y a este cuerpo estrogenado.

Mirar este panorama también significa mirar los nuevos procesos mecanizados para limpiar la conciencia transfóbica y de olvido de las instituciones, de gente cis que necesita un respaldo discursivo y de políticas públicas superficiales, donde parece que hablar de activismo fuera solo mera palabrería, y eso pasa también con los abanderamientos por la “inclusión”, con los acercamientos de “apoyo firme”, con los intereses actuales de quiénes saben que parar a una travesti en sus fotografías, acerca grupos y movilizaciones “minoritarias”. Lo que figura en la evidencia de que la gente cree que nuestras vivencias y dolores, se pueden explotar y nuestra visibilidad es más que eso. Les estamos viendo

El punto problemático no está en ser parte de una apuesta que claramente no puede desprenderse de lo revolucionario y del poder que construimos siendo disidentes a una estructura transfóbica, sino más bien, en que muy poco se habla de esa exigencia de que visibilidad puede ser igual a renuncia, y sin duda alguna me atrevo a decir, que sumergirse en esa renuncia parece crear un margen de distancia entre lo que yo como persona trans debo y lo que no puedo desear. Tanto así, que entraría a cuestionar el mensaje indirecto de una narrativa donde debemos ser siempre pulcras, tener algo que responder, tener un discurso manso que no raye en lo violento a pesar de recibir violencia, que tenemos un deber moral con movilizarnos o que debemos privarnos de querer una vida que nos otorgue tranquilidad. En otras palabras, parece que ese discurso no deja de sembrar culpas en quiénes somos. Y estoy harta de sentirlo.

Escribir esto, no significa más que el accionar la rabia y el gestionar una mirada hacia lo que vivo, más no es activismo. Es mi carne hablando de lo que siente. De esta insistencia emocional que me obliga a seguir saliendo a hacerle frente al escenario que edificaron para alguien que habita lo que habito. Y claramente es la oportunidad de mencionar lo solitario que puede ser ya no tener fuerzas para aferrarse a esa parte que tantas herramientas te permite tener. Como si de repente, traicionaras con tu alejamiento lo que alguna vez te ofrecieron. No es más.

Ahora bien, estoy en este instante y en esta esquina, abriendo nuevamente una parte de lo que se vive detrás de una pantalla, detrás de estar presentes en los espacios que corresponden, detrás del respaldo a otrxs hermanxs trans, detrás de los arrebatos constantes y de la existencia en nuestros territorios. Y sin duda, el activismo, la visibilidad, mi resistencia trans, lo ganado en los últimos años y todo eso de lo que me siento orgullosa, perdió valor cuando empezó a flaquear con brusquedad mi salud mental.

Y el respaldo más fiel en estas circunstancias sigue siendo mi humanidad. Por eso asumo que ser visibles no tiene por qué estar encaminado a olvidarla, sino a cuidarla en primer lugar, para que al poner el cuerpo nuevamente, no nos dañen el doble.

Porque una trava como yo, en mi pequeña trinchera y narrando su oscuridad, no tuvo a qué amarrarse cuando una voz en mi cabeza me empezó a pedir muerta. No hubo discurso de resistencia que sirviera.

En consecuencia, cuestionar el hecho de que todo no es activismo, de que todo no tiene por qué ser político, de que no hay una responsabilidad ciega cuando se trata de protegerse a sí o peor aún, de que importamos cuando no tenemos cosas dolorosas que contar con vigor. Cansarse de esa expectativa externa que te pide herida, rota, doliente, siempre será auténtica para cualquier persona trans que conozco. Pero parece ser que si no hablamos desde la ofuscada caída a la que nos lleva el sistema y si no develamos las formas en que salimos del fango, si no transformamos el dolor en algo que volver discursivo, entonces no hay valía, ni atención y deriva, como si sólo existiéramos en función del sacrificio.

Por ello, ¿dónde quedan nuestras voces heridas y lo silenciado, cuando de sostener una imagen de valentía se trata? Porque a mí me ha tocado, porque se nos vende que la única forma de vida parece ser el sostener cierta resistencia, valor y una mirada capitalista de orgullo vacío, en mi caso particular por elegirme una mujer trans todos los días de mi vida, a pesar de lo que eso resulta y en favor de esa apuesta al defender una esquina en la cisgeneridad.

Y diciéndolo, quiero liberar a muchxs de que vivirse visiblemente trans no nos hace única y reducidxs a eso de ser valientes en los términos ajenos y pare de contar o mucho menos, que no estamos intentándolo lo suficiente. Se supone que estamos aquí para replantearlo.     

Como que vengan y nos digan en el plano del amor que alguien es valiente por amarnos, también en el plano identitario y de existencia, no somos valientes por amarnos trans, somos quiénes somos y que aunque tiene un precio, se paga las veces que pueda ser necesarioNo quiero tener que ser valiente para vivirlo y mucho menos, para entenderlo.

¿O la gente cis es valiente por vivirse Cis o por amarse entre ellos? Claramente no. La valentía reside en otro lugar, en el caso que nos interesa, en las formas a las que recurrimos cuando de defendernos y cuidarnos se trata. Esa es mi verdadera valentía. Y la de muchxs que conozco.

En ese sentido, al creer en el derecho a estar cansada, abatida y por fuera de la guerra ya no solo con el exterior: ¿Quién nos escucha cuando ya no somos tan fuertes para mostrar resistencia ante otras miradas? No pretendo que mi identidad esté en función de una historia contada y destinada a la ambigua resistencia. 

¿Para qué resisto? ¿Por qué resisto? ¿Me duele resistir? ¿Me cansa resistir? ¿Alguna vez tendré tiempo para pensar en los motivos por los que quise resistir en principio: por superar los 35 años, por tener medios para acompañar a otrxs en un contexto agresivo y con una lucha en el tiempo con la muerte, por sostener mi presencia en las academias, por tener dignidad económica o por siquiera lograr que quererme viva no ponga en peligro nada?

Pero la exigencia activista también puede pasar la página, también instrumentaliza, también reproduce modelos: como que gente cis venga a enseñarnos que amarnos trans es un deber que contraemos con la sociedad. O que gente cis se lucre con nuestra vulnerabilidad. O peor aún, que entre nosotrxs mismxs se nos señale por no ser lo suficientemente Trans o travestis, porque no estamos siempre al servicio de otrxs.

Escribir desde esta esquina: el mayor activismo es defender, cuidar y auto-preservar mi vida. No puedo pensar en la visibilidad trans sin la normalidad de nuestras vidas. Sin las cosas que tenemos poder para guardarnos en silencio. Sin las decepciones que por muy políticas que sean, también hacen parte de esta experiencia que significamos y más importante, que también tengo libertad para sostener mis alegrías lejos de la espera por verte quebrada.

No quiero pensar mi existencia como un asunto alejado del caos personal, como si se tratara de otro lado de la falacia positiva de que todos los días amamos estar en nuestras condiciones y del día a día que coexiste legítimamente como cualquier otra forma de vida, aunque claramente eso se nos niegue. Y también tenemos derecho a la renuncia y al cuestionamiento.

RECORDEMOS HERMANXS, QUE EN UN PANORAMA CRUEL Y DESESPERANZADOR NO HAY ACTIVISMOS, NI FEMINISMOS, NI ONG´S, NI DISCURSOS BONITOS, SIN NUESTRAS CUERPAS Y SIN NUESTRO ESPÍRITU. Y POR ESO LA OBLIGACIÓN PRIMERA ES RESPALDAR QUE NO HAY TIBIEZA EN ELLO:

20 de marzo de 2025. 

¿Hasta dónde puede soportar un cuerpo como el mío las cosas que le atraviesan?

¿Hasta dónde puede soportar una mente como la mía las cosas que le sobrevienen?

¿Hasta dónde se avanza cuando hay una voz palpitando por dejarlo todo sin salida?

¿Hasta dónde podré ganarle al tiempo y a sus controversias sobre mi vida?

¿Hasta dónde llegarán mis deseos por seguir viviendo?

¿Hasta dónde llegaré yo?

¿Hasta?

¿Dónde?

No más. 

FUENTE: VOLCÁNICAS


Más Noticias