febrero 24, 2025
Magdalena Moreno y su bullerengue afrotravesti llegaron para incomodar

La artista afrotravesti encontró en los bailes cantados una plataforma de resistencia para expresar su inconformidad con un mundo transfóbico y machista.
La voz de Magdalena Moreno Morales resuena entre los tambores alegres, las maracas y las palmas que se preparan en el camerino para salir al escenario. Es 21 de febrero y el público de Bogotá espera con ansias el lanzamiento de “Allá en la orilla del mar”, el primer sencillo musical de La Morena del Chicamocha, su agrupación de bailes cantados, con narrativa afrotravesti, que cada vez cautiva más oídos en Colombia con su discurso de resistencia.
El nombre de su proyecto musical es inspirado en el Cañón del Chicamocha, aquellas montañas que abrazan las tierras bravas de Santander, un departamento ubicado al nororiente del país que la vio nacer, pero la obligó a salir a otras zonas de Colombia para continuar con su transición como mujer y convertirse en una de las exponentes más importantes del bullerengue en la actualidad.
Magdalena recuerda su niñez en el barrio Villas de San Juan a las afueras de Girón, un municipio de Santander famoso por su arquitectura colonial, casas blancas —habitadas en su mayoría por gente blanca— y puertas marrones. En la época de los 2000, grupos paramilitares custodiaban la zona. “Crecí escuchando sobre los panfletos de amenazas, cuando decían: Los niños buenos se acuestan temprano. Ni putas, ni maricas, ni viciosos, ni travestis aquí en el barrio”, dice la artista que ahora tiene 30 años.

Con una infancia marcada por la violencia y la cultura patriarcal, creció notando que no tenía referencias cercanas para consolidar su diversidad. Aquellas peluqueras, las ancestras trans y maricas, como ella misma las define, fueron desplazadas del barrio por el borrado de diversidad que ejercían los grupos al margen de la ley. “Ese imaginario de ser una persona trans era muy difícil para mí, porque yo no entendía cómo iba a poder desarrollarme y cómo iba a desarrollar mi identidad en ese contexto tan violento”, explica Magdalena, quien debía caminar con cautela, esconder su esencia y evitar transitar ciertas zonas de aquel barrio donde la transfobia y la homofobia eran ley.
“Yo salí de ese Girón, directo pa’l Magdalena, a cantar un bullerengue pa’ poder contar mis penas”, dice la canción “Allá en la orilla del mar”.
Al preguntarle por sus primeros acercamientos a las músicas tradicionales del Caribe, ella dice que fue a los 13 años, cuando empezó a bailar y cantar ritmos del Magdalena Medio, la tambora y los bailes cantados. Nadie en su familia era cercana al arte. Su núcleo pertenecía a un entorno conservador y católico. “Fue como un llamado de las ancestras”, dice con certeza.
Las músicas de tradición le permitieron sanar su negritud y el contexto de violencia en el que creció. Fueron un bálsamo dentro de su camino como mujer trans, que la llenaron de fuerzas para un nuevo capítulo lejos de casa. Fue así como a los 19 años emprendió un viaje por el Caribe colombiano. Magdalena iba en búsqueda de su raíz. Los espacios bullerengueros en esta zona del país fueron el entorno ideal para que la artista dejara crecer y conociera su pelo afro, ese que permaneció escondido durante tantos años detrás de un corte militar que nunca fue de su agrado: “No reconocía la textura afro de mi cabello”, cuenta.
Su recorrido se extendió por San Basilio de Palenque, el Urabá Antioqueño, Córdoba y Sucre, lugares en los que continuó explorando espacios artísticos y le permitieron inspirarse para sus primeras canciones de bullerengue afrotravesti. “Para mí, el componer se convirtió en esa herramienta política de narrarme, de narrar mi contexto, de narrar mi cuerpo como territorio. Me di cuenta que nadie contaba las historias de las mujeres negras. Nadie contaba las historias de las mujeres de los territorios afrodescendientes del Caribe”.
Tradicionalmente, el bullerengue se inspira en la vida cotidiana, la naturaleza, los rituales africanos y en aquellos pueblos costeros. También es una forma de expresar resistencia e identidad, tal y como lo hace Magdalena Moreno con cada una de sus canciones. Ella, además, narra las realidades de mujeres trans que a diario son discriminadas o asesinadas por crímenes de odio contra la comunidad LGBT+ en el país.
“Agua” es la primera canción que compuso Magdalena y precisamente se inspiró en un episodio de discriminación del que fue víctima en Sincelejo, Sucre, uno de los tantos municipios del Caribe colombiano. En este lugar, una persona trató de golpearla y la amenazó. “Salgo de esa situación huyendo al mar, yo me sentía muy mal. Me fui al mar como una forma de sanar y de botar esa energía negativa. El agua fue el elemento que me curó”, recuerda la artista sobre esta composición que también es una forma de cantarle a un episodio de lo que actualmente implica para una mujer trans habitar en los espacios públicos.

“Hacer bullerengue afrotravesti se convirtió en una forma de incomodar a la tradición”, dice Magdalena Moreno.
“Quema la casa del racista
Esa casita blanca
La casa del homofóbico
Esa casita blanca
La casa de la transfóbica
Esa casita blanca
Quémala, quémala, quémala.
Quema la casa del cura pedófilo
Esa casita blanca
La casa del policía asesino
Esa casita blanca
La casa del paramilitar
Esa casita blanca
La estatua del colonizador
Esa casita blanca
La casa del neonazi
Esa casita blanca
La casa del exprocurador Ordóñez
Esa casita blanca
Oye, ¡que se quema! ¡Que se quema!”
*Fragmento de La Casita Blanca, bullerengue de la autoría de Magdalena Moreno, inspirado en Girón, Santander.
FUENTE: VOLCANICAS