enero 24, 2025
La mujer que hizo posible morir dignamente en Colombia

Esta es la historia de Beatriz Kopp de Gómez, la aristócrata rebelde que, en 1979, creó la primera fundación en América Latina para la muerte digna y marcó el camino para la despenalización de la eutanasia.
La eutanasia solo está despenalizada en siete países del mundo. De estos –Países Bajos, Luxemburgo, Suiza, España, Bélgica y algunos estados de Australia y Estados Unidos–, el único del sur global es Colombia. ¿Cómo fue que el derecho a morir dignamente se instaló en una nación católica y rezandera hasta la médula en la que, como es costumbre entre sus vecinos, la Iglesia y las fuerzas más conservadoras han pautado el debate moral sobre la autonomía a la hora de decidir sobre los últimos días de vida? Para intentar dar una respuesta, hay que volcar la mirada hacia la mansión Kopp, hoy sede principal de la Gran Logia Masónica de Colombia.
Beatriz Kopp, la aristócrata rebelde
En 1923, el arquitecto Alberto Manrique Martín construyó la mansión Kopp por encargo de Leopoldo Kopp Castello –hijo del fundador de Bavaria, Leo Siegfried Kopp– y su esposa, Olga Dávila. Sin ir al colegio, educada por una institutriz alemana, allí se crio y pasó su infancia y adolescencia Beatriz Kopp, la mujer rebelde del apellido cuyo legado vital sería, ni más ni menos, que despenalizar en el país del Divino Niño, la culpa y la penitencia la voluntad de no extender la vida cuando esta ya no es ni soportable ni digna.
Empoderada por una cuantiosa fortuna económica, desde muy joven Beatriz Kopp se volcó con determinación y rebeldía a sus pasiones. Después de conocer el ballet en Nueva York –su segunda ciudad en el mundo– se formó con los mejores y, en 1947, con 26 años, fundó la primera academia de ballet en el país. El escándalo que tuvo su emprendimiento artístico entre la Iglesia y la alta sociedad más mojigata no pudieron contener que en su escuela se formaran cientos de bailarines, algunos de los cuales lograrían reconocimiento internacional. Tampoco que otras escuelas abrieran sus puertas para fisurar el buenismo de una sociedad atormentada con el movimiento libre y las faldas cortas.
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Casada desde los 22 años en el núcleo del privilegio, Beatriz bien pudo dedicarse a la plácida vida de una millonaria ama de casa. Pero una mezcla difícil de entender entre genética, sensibilidad y rebeldía, según le dijo a CAMBIO su hijo Alejandro Gómez, la llevó a conciliar su vida familiar, como madre de cuatro hijos, con sus proyectos a la vanguardia. “Sin pedirle nunca permiso a nadie”, cuenta su segundo hijo, saltó del activismo en el ballet –que fue hasta el final de su vida uno de sus grandes amores– a meterse de lleno en la lucha por la salud reproductiva de las mujeres. Por varios años fue voluntaria y miembro de la junta de Profamilia, así como representante de Colombia ante la Federación Internacional de Planificación Familiar.
Siempre a contrasentido de los vendavales retrógrados que acá han señalado a los derechos emergentes como expresiones del diablo, y gracias a ver de cerca la muerte llena de dolor de un pariente y a involucrarse con la asociación Concern For Diying, de Nueva York, fundó, en 1979, junto a un grupo de amigos –entre ellos varios médicos y abogados de corte progresista–, la Fundación Solidaridad Humanitaria.
Ese mismo año, fiel a su rebeldía elocuente, y para que a todos les quedara clara su intención, Beatriz le cambió el nombre a Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente, cuya misión, disruptiva entonces y preclara ahora, fue la de aferrarse a su nombre y promover el derecho a morir con dignidad. El último tercio de su vida lo dedicó a hacer viable el objetivo de la fundación de educar y acompañar a miles de personas a decidir, con información y sin culpa, sobre su vida cuando esta –aunque los signos vitales lo nieguen– deja de serlo.
En 2006, a los 84 años, murió plácidamente en compañía de sus cuatro hijos en su casa y en su ley. “Se fue muy satisfecha con lo conseguido con la fundación –dice su hijo–, aunque consciente de que al cambio cultural sobre la aproximación a la muerte en Colombia le queda mucho trecho”.
Su familia conserva la cruz cívica que el Ministerio de Salud le otorgó, en 1999, con motivo de los 20 años de la fundación; así como el premio más importante de la Federación Mundial Sobre el Derecho a la Muerte que recibió en 2004, en Tokio, por sus 30 años de gestión y activismo.
El legado
El jueves 16 de enero, a las cuatro de la tarde, a través de la plataforma Zoom, me conecté al Café de la Vida que ofrece, de forma gratuita, esa Fundación que hace 47 años fundó Beatriz Kopp de Gómez.
En este espacio, su actual directora, la maestra en psicología y experta en transcurso vital Lina Paola Lara, en clave de conferencia –pero sin eufemismos ni formalidades–, explica cómo se traduce, en la práctica, la vocación de la Fundación.
Y en la práctica, pues, lo que ha interesado y vinculado a sus 22.000 afiliados activos –el 66 por ciento son mujeres– es un documento y una firma: el DVA, o documento de voluntad anticipada en Colombia. Hoy, el mecanismo legal para que los ciudadanos colombianos, como previsión de no poder tomar decisiones en el futuro, declaren de forma libre, consciente e informada, el cuidado deseado para el final de su vida o ante una enfermedad o condición grave e incurable.
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Firmar el DVA, explica Lara, es un acto de amor propio y un regalo muy amoroso para la familia y las personas cercanas que, en la gran mayoría de los casos estipulados de sufrimiento insoportable o condición incurable, deben hacerse cargo de una decisión tan difícil como dolorosa.
Uno de los mensajes centrales de la charla, y de la pedagogía de la Fundación, es que hablar de la muerte anticipadamente, y no solo ante su inminencia, lo mismo que hacerse las preguntas tabúes, mirarla de frente e integrarla como parte de la vida, nos libra de cargas insospechadamente pesadas. “Más que la muerte en sí, que es un momentico –le dijo Lara a CAMBIO–, nos interesa la pregunta sobre la autonomía y la dignidad mientras seguimos vivos”.
En la hora y 20 minutos que dura El Café de la Vida, los asistentes se enteran sobre las tres exigencias inexorables que la ley colombiana exige para que pueda llevarse a cabo la eutanasia. También se aborda el tema de la adecuación del espacio terapéutico como una ruta de muerte digna, en la que los pacientes tienen el derecho a rechazar procedimientos sin que esto implique dejar de recibir asistencia para paliar el dolor. Además, se explica todo sobre el cuidado paliativo como un derecho fundamental y de las circunstancias que contempla la ley para que la asistencia médica al suicidio pueda exigirse y consumarse.
El Café de la Vida tiene un carácter informativo y los asistentes pueden hacer preguntas a placer. Pero en él, la directora no esconde sus posturas políticas sobre el asunto. En su visión, Colombia es un país que, por un lado, cuenta con una jurisprudencia garantista, ejemplar y a la vanguardia con respecto a la muerte digna, pero, por otro, tiene un rezago legislativo gracias a que, históricamente, los congresistas han sido fieles a nuestra idiosincrasia, tan aversa a poner la muerte en el centro de la discusión y a despojarla de sus cargas morales y religiosas. Las sentencias de la Corte Constitucional sobre la muerte digna, que Lara cataloga como poemas sobre la libertad, la autonomía y la dignidad, contrastan con el desdén legislativo que, en los últimos 26 años, ha desestimado 17 proyectos de ley en la Cámara y en el Senado.
Ante este panorama, hoy sigue ganando la audacia de Beatriz Kopp para rodearse de reconocidos amigos médicos como Víctor Pantoja y Miguel Trías, que marcaron el camino para que en la Fundación se acompañe a los afiliados con todo el soporte biomédico. Así mismo ocurre en el ámbito jurídico, pues abogados del talante de Carlos Gaviria, ponente de la sentencia que despenalizó el delito piadoso (la eutanasia) en 1997, se han unido a su causa estrechamente. E incluso en el ámbito espiritual, el más espinoso, la cercanía de Beatriz Kopp con el padre jesuita Alfonso Llano, que se adhirió a su lucha para que los y las hijas de Dios decidieran libremente sobre su destino biológico, la Fundación ofrece acompañamiento.
El legado de Beatriz, que tiene en la Fundación su canal principal, es seguir dando la pelea para que naturalicemos y actuemos en consecuencia. Que nadie quiere morir, pero muchos necesitan el alivio de la muerte. Y que no se nos olvide la tesis de Carlos Gaviria para despenalizar la eutanasia, que afirma que la autonomía y la dignidad son la misma cosa. Y que, en vez de echar para atrás y concederle a la Iglesia potestades que no tiene en un Estado laico, celebremos que, a pesar de nuestras dificultades, el colapso de nuestro sistema de salud y la conservaduría de nuestros legisladores, somos el único país en la región en la que morir con dignidad es un derecho fundamental. Como el de la vida.
FUENTE: CAMBIO